Del todo y de una de sus peores partes
Quien nunca se haya preguntado quién soy, que tire el primer certificado de salud mental; quien en cada ocasión no haya respondido de manera distinta semejante cuestión, ahora sí, que arroje la primera piedra. Menos común es que preguntemos qué somos, como comunidad. Nos interpelamos poco sobre la naturaleza de la existencia del grupo social, nos fue dado de antemano y si de pronto provoca curiosidad recurrimos a la noción de que es un flujo que va siendo atraído fatalmente por el destino, suma de decisiones e indecisiones previas, personales y colectivas, y de factores externos a nosotros como personas y a nosotros como nosotros, solemos desentendernos de la historia de largo aliento que en cierta medida nos condiciona, tendemos a dejar de lado las indolencias y los yerros en los que incurrimos y en cambio privilegiamos el peso de los elementos atosigantes que están exentos del control de nuestra voluntad y los convertimos en la fuerza indefinible, fatal, que endereza o tuerce el camino sobre el que vamos siendo: el destino, con su advocación cotidiana, vulgar, la suerte.
Lo anterior generaliza; la mayoría es capaz de decir que somos, bien o mal, y de esa postura personal, medida con distintas ópticas, podemos delinear el todo sin perder de vista las partes, y asoma quien soy. Pensemos en el área metropolitana de Guadalajara, en su población mayor de 18 años repartida en diez municipios, de acuerdo con el censo 2020 del Inegi: 3,689,349 individuos, mujeres y hombres. Supongamos que queremos saber cómo se conciben todos a sí mismos, es una desmesura y optamos por recurrir a una cantidad que la estadística considera suficiente, 2,400 personas de seis de las diez demarcaciones, 52% mujeres, 48% hombres, y los encuestamos. Es lo que hizo Jalisco Cómo Vamos (JCV), observatorio ciudadano de calidad de vida, por séptima vez, entre septiembre y octubre de 2020; por supuesto, para indagar qué somos a partir de un par de miles de quién soy, no se puede ser tan obvio al modo: díganos por favor quién es usted; además, es uno de esos asuntos que en cuanto lo verbalizamos pierde empaque: plantearnos íntimamente la consulta sobre nuestro ser luce pertinente y hondo, cuando alguien la propone a otro se banaliza, por lo que JCV hace aproximaciones sucesivas: “En general, ¿qué tan feliz es usted?”, 55% de los hombres respondieron muy feliz, 29% algo feliz; las mujeres, en el mismo orden, 53% y 30%. A la felicidad calificada del uno al cinco, de nada feliz a muy feliz, los estratos socioeconómicos altos le dan una nota de 4.4, los medios 4.3 y los bajos 4.2. Es decir, la felicidad corre aceptablemente pareja, a despecho de género o condición socioeconómica.
Otro reactivo que está en la vecindad del quién soy es “En general, ¿qué tan satisfecho está usted con su vida?” 85% de las tapatías y tapatíos se dijeron muy y algo satisfechos, y había una pandemia galopando por todas partes; si aplicamos la lente de aumento en ciertas porciones de la abstracción que es los tapatíos, resulta que el porcentaje de las mujeres contentas con su vida es dos puntos menos que el promedio, y entre las clases sociales los muy y algo complacidos con su vida son 90% de los que conforman el estrato social alto, en la clase media 85% y en la baja 80%. De donde podemos inferir que, al contrario de la felicidad, la vida con sus satisfactores no es un bien idéntico para todos.
Con apenas dos de los reactivos que componen el estudio de JCV ya podemos rondar una caracterización aceptable del quién somos, a partir de la mujeres y hombres que generosamente respondieron la encuesta y afirmaron, más o menos, quién son. Usemos otro ángulo de aproximación, uno mundano: “por falta de dinero u otros recursos ¿alguna vez usted se preocupó de que los alimentos se acabaran en su hogar?” 45% contestó sí. En la magnífica Guadalajara prácticamente uno de cada dos tenía en mente la posibilidad de quedarse sin comida, el asunto es tan concreto que no nos cuesta imaginar, de uno en uno, de una en una, a los individuos en esa condición; si distinguimos por género, la preocupación abarcó a 42% de los hombres y a 48% de las mujeres, es una brecha amplia, ominosa también. Si distinguimos por capas sociales, 30% de los que componen la de los más desahogados económicamente tuvieron ese pendiente, 43% en la media y 58% en la inferior.
Felices, pasablemente satisfechos, económicamente vulnerables (seis de cada diez en la tercera parte que integra la muestra de los estratos bajos se mortifican porque la comida llegue a faltarles)
Felices, pasablemente satisfechos, económicamente vulnerables (seis de cada diez en la tercera parte que integra la muestra de los estratos bajos se mortifican porque la comida llegue a faltarles) y propensos a cargar más en las mujeres los males que acarrean, de esta forma van siendo en la metrópoli Guadalajara. Pero después de los datos el meollo es preguntarnos si seremos capaces (al parecer no hemos sido), a la hora de elevar la vista al cielo o de cerrar los ojos para indagar quién soy, de incluir valoraciones como las mostradas u otras similares, que perfilen un nosotros. El acto de interrogarnos y respondernos individualmente quién soy es una buena señal, que debe completarse con la certeza en que inevitablemente nos modifica aquello que por su cuenta afirman ser lo que nos rodean, así como su bien o mal estar.
Y el asunto no acaba con esto, no debería acabar con esto. Supongamos que por un rato sabemos quién somos y nos hacemos cargo de un nosotros rotundo y objetivo; contrastémoslo con los lemas y con los ofrecimientos y los discursos y los jingles de las campañas políticas, ¿aparecemos ahí con nuestros anhelos? ¿Está en eso, en las y los candidatos, el anuncio del indudable remedio para los problemas que nos asedian? Vistos desde lo electoral, el soy y el somos lucen muy maltrechos, aunque intentemos distanciarnos del fenómeno.
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