Del “Catenaccio” al “Tucanaccio”
La Final que Tigres le ganó el domingo pasado al León puso de nuevo sobre la mesa la contraposición entre el futbol espectacular, en este caso representado por el León, y el futbol conservador que profesan los Tigres de la Universidad Autónoma de Nuevo León, dirigidos por Ricardo “Tuca” Ferretti.
"Es posible ganar partidos y títulos con una brújula que apunte no al norte de la meta rival, sino al sur de la propia portería"
La UANL se llevó el título, pero el equipo fue cuestionado por su estrategia avara, extremadamente precavida a pesar de contar con jugadores de talento. El partido de vuelta, que terminó 0-0 ha suscitado comparaciones con el “Catenaccio”, el estilo ultradefensivo del futbol italiano que asociado a Ferretti algunos comienzan a llamar “Tucanaccio”.
Las coincidencias entre el “Catenaccio” original y el sistema de Ferretti son sólo ideológicas. En cuanto a la forma, el “Catenaccio” original era un 1-3-3-3 ya fuera de uso en el que un jugador siempre quedaba libre en la defensa (el llamado “líbero”) para crear superioridad numérica ante los atacantes rivales. Ferretti, por su parte, usa formaciones modernas: un 4-4-2 o un 4-2-3-1 compacto y disciplinado, una oda al sentido común futbolístico.
El “Catenaccio” nació en Suiza, aplicado por el técnico Karl Rappan, pero cobró importancia en Italia, donde obtuvo su nombre, que quiere decir “seguro”, “cerrojo”. El sistema fue adoptado en el campeonato italiano por Gipo Viani y después por Nereo Rocco, que lo usó para aprovechar al máximo las capacidades del limitado equipo Triestina y para guiar al Milan a ganar dos Copas Europeas.
El máximo exponente del “Catenaccio” fue el Inter, el otro equipo de Milán, que era dirigido por Helenio Herrera. Los “nerazzurri” ganaron la Serie A en 1963, 1965 y 1966 y fueron campeones de Europa en 1964 y 1965. Su reinado terminó con la derrota ante el Celtic en la Final de la Copa Europea de 1968, un resultado que fue celebrado como un triunfo del futbol de ataque sobre el “futbol negativo” de Herrera. El “Catenaccio” había ganado tan mala fama y su influencia era tan imponente que Bill Shankley, el entrenador del Liverpool felicitó a “Jock” Stein, el técnico del Celtic diciéndole: “John, ahora eres inmortal”.
Defender también es jugar futbol. Es posible ganar partidos y títulos con una brújula que apunte no al norte de la meta rival, sino al sur de la propia portería, pero para alcanzar la gloria, para colarse al futuro, hace falta un poco más. Sólo los estudiosos del futbol recuerdan a Rocco o a Herrera; la admiración del público en general está reservada a los técnicos y los equipos que regalan espectáculo: Cruyff, Guardiola, el Brasil de 1970.
A pesar de su legitimidad histórica, el “Catenaccio” y sus derivados (como el “Tucanaccio”) son vistos con recelo, tal vez porque se trata de la violación de un espacio sagrado. Permitir que el cálculo y el pragmatismo invadan ese rectángulo de césped reservado a la fantasía parece antinatural e incluso peligroso, como permitir que la lógica de la realidad tenga también jurisdicción el mundo de los sueños, ¿Si fuera así, cómo podríamos descansar por las noches?