Dejar de ser promotores de la discordia
Uno de los más bellos actos que podemos realizar en familia es promover la paz y la unidad, y tratar de mantener una maravillosa armonía que nos permita la convivencia positiva y con ganas de estar reunidos.
En cambio, qué desagradable es escuchar las intrigas, los comentarios mordaces y ofensivos, la crítica y maledicencia. Y todo, fomentando la calumnia y las discordias entre hermanos, primos, entre padres e hijos y hasta entre los esposos.
Son personas creadoras de un mal ambiente, de ensuciar lo que pueden, de manchar la reputación y el prestigio de los demás.
Los promotores de la paz bendicen la unidad y no provocan el resentimiento, la pugna, el choque de ideas y mucho menos el odio, porque bien saben que el amor es lo que nutre a la unidad y, en consecuencia, a la paz.
Las mentes que tienden a destruir la unidad tienen una visión polarizada de la vida; todo lo ven con el cristal de los bandos, de los aliados y de los enemigos, de estar con melón o con sandía. No pueden concebir la unidad porque su vida está dividida.
Peor aún, suelen estar convencidos de que si no estás conmigo, estás en mi contra, y en consecuencia estás del lado de mis enemigos y no puedo ver nada bueno en ti.
Perfectamente pueden criticar y rebatir a quien sea, con la idea de que los buenos están de su lado y los malos son todos los que no piensan igual que él. Son incapaces de ver la neutralidad y los términos medios porque son tajantes, o es blanco o es negro, no hay tonos grises. Su mente está quebrada en dos partes y no pueden pegar ya la realidad en una sola unidad.
Y, precisamente, para promover la paz, se requiere dejar de polarizar, de dividir, de saltar el escollo que plantea la confrontación entre los opuestos.
El amor une, el odio divide, y se puede decir también que cuando hay odio en el corazón se incita a la división. Y cuando hay amor, se desea y busca la armonía de la unidad.
Tratemos de vivir con el encanto de la paz, bendita paz. Seamos grandes promotores de tan bella virtud y alejemos la guerra de nuestros corazones.