Degas, oda a la repetición
Desde septiembre y hasta el próximo enero del 2020 el Museo de Orsay ubicado en el corazón de la eterna París rinde homenaje a uno de sus más grandes artistas: el pintor y escultor Edgar Degas (1834-1917). Uno de los fundadores del impresionismo aquel nuevo estilo que estaba rompiendo las formas del claroscuro y de como debieran aplicarse o incluso percibirse la luz y el color. Pero es el virtuosismo en el gesto, el humanismo en la postura, la honestidad en el movimiento, la sofisticación del ballet, la nobleza de la música que lo acompaña lo que realmente heredamos del retrato de la escena completa de Degas. Un rostro humano de las musas brillantes aún cansadas, de los músicos que esperan la señal del director, del gesto siempre particular de un coreógrafo, de los tiempos muertos dentro un camerino, del público expectante. Una oda a la repetición, que del contemplar su obra nos ha vuelto en un instante creativos soñando despiertos al pensar qué estarían bailando, escuchando, sintiendo, viviendo. Los cuadros de Degas nos han hecho bailar y asistir al teatro, no perdernos de un ensayo y estar atentos al director aun y cuando solo conozcamos su obra desde lejos. La exposición ofrece justamente eso, el universo de la Opera, la vida dentro de ella, como nunca había sido expuesto dentro de un museo ni por un solo artista. Esta vez, los curadores han echado mano de las disciplinas vivas que inspiraban y conmovían a Degas. La compañía de la Opera de París ha presentado Degas Danse una obra de Aurélie Dupont y Nicolas Paul en la que se ha combinado coreografía, performance, video e instalaciones de sonido haciendo un tributo al pintor y escultor desde la perspectiva de la danza como disciplina central. La exposición pues –imagino yo- es además de una delicia sensorial, una muy viva posibilidad de acercamiento real al arte para quien no haya tenido acceso ni a la pintura ni a la danza ni a la música de aquel o de este tiempo. Para quien sí lo haya tenido, es la misma posibilidad de un paseo por el impresionismo, por los ojos e intereses del pintor, por sus pasiones, por sus repulsiones incluso, por la atemporalidad que nos deja cada escenario, cada pintura de un maestro como Degas. En Guadalajara tenemos Calaverandia una apuesta que no rememora la herencia de Posada que es la crítica y la sátira política. En un país donde la muerte es tan común como la vida, debiéramos con honestidad recurrir a los artistas que la han engrandecido.