Defender a la UdeG sin ser padillista
Esta columna se iba a llamar La complejidad de la UdeG, pero creo que el título aburriría a los eventuales lectores. El título que dejé es más claro, más directo y va al argumento central de esta columna: defender la importancia que cumple la Universidad de Guadalajara (UdeG) en los ámbitos educativos, culturales, de investigación, comunicación y socialización del conocimiento y hacerlo sin por ello estar de acuerdo con un grupo político y un funcionario universitario como Raúl Padilla López, quien encabeza el grupo y que tiene la facultad de tomar las decisiones principales sobre asuntos políticos o financieros de esta casa de estudios desde 1989.
Desde agosto de 2013 produzco y conduzco el programa Cosa Pública 2.0 en Radio UdeG gracias a la invitación del director del SURT Gabriel Torres, y desde entonces muchos asumen que por trabajar en la UdeG los universitarios somos obligados a ser parte del grupo de control político y de gobierno de la universidad y de su jefe, Raúl Padilla. Nadie me lo pidió y no lo asumo así. Sin embargo, creo que no miento si digo que hay una especie de autocensura dentro de la universidad. Muchos piensan que no se puede criticar el orden de gobierno y control que existe en la UdeG, cuando podrían hacerlo.
No todo lo que ocurre en la UdeG pasa por la aprobación, o siquiera el conocimiento de Padilla. Al jefe del grupo político le interesa encabezar las principales decisiones que atañen al manejo de la universidad y públicamente encontrarse con las personalidades más mediáticas, como usualmente ocurre en el Festival Internacional de Cine, la Feria Internacional del Libro, o la Cátedra Cortázar.
Pero gracias a miles de universitarios que deciden y realizan actividades bajo su propia lógica y decisión, y que no tienen ni son obligados a consultar a sus jefes o a Padilla, ocurren una infinidad de actividades e invitaciones de grandes personalidades que propician, a su vez, encuentros con colectivos, activistas, militantes, intelectuales, artistas y pensadores críticos que, probablemente, sin el cobijo de la UdeG, no habrían ocurrido en Guadalajara y en Jalisco.
Ejemplo de ello son las invitaciones a importantes intelectuales del pensamiento crítico del mundo y de América Latina o las invitaciones a decenas de militantes y defensores del territorio. Un ejemplo es Francia Márquez, actual candidata a la vicepresidencia en Colombia, quien fue invitada por la Cátedra Alonso en 2016. Las invitaciones a este abanico de intelectuales y militantes, la mayoría ubicados en una izquierda de abajo, no están siquiera bajo el radar de Raúl Padilla.
Después de las actividades que tienen en la UdeG, Padilla tendrá interés en reunirse con escritores como Mario Vargas Llosa, intelectuales como Jorge Castañeda, Héctor Aguilar Camín, o los profesionales de las elecciones como José Woldenberg, Lorenzo Córdova y la camarilla liberal que ha controlado el IFE-INE desde hace años.
Pero no creo que Raúl Padilla haya tenido interés en reunirse con Immanuel Wallerstein o Giovanni Arrighi, los dos pensadores más importantes del análisis del sistema-mundo, que es una de las teorías más relevantes para el análisis crítico del capitalismo contemporáneo, y que vinieron a impartir conferencias y seminarios a Guadalajara, bajo los auspicios de la universidad pública.
Otros ejemplos: la UdeG ha invitado a algunas de las intelectuales feministas más influyentes en la actualidad, como Silvia Federici y Rita Segato, que congregaron a miles en los auditorios universitarios y no hay noticia de que Padilla buscara la foto con ellas.
Un ejemplo relevante en este sentido, desde mi punto de vista, son las actividades que la UdeG auspicia en términos del encuentro de sujetos del pensamiento crítico, resistencias y experiencias revolucionarias contemporáneas es la Cátedra Jorge Alonso que la UdeG patrocina junto al CIESAS. Por la Cátedra Alonso han pasado decenas de investigadores, intelectuales, escritores, activistas, revolucionarios y defensores del territorio que de otro modo difícilmente se habrían encontrado con sus pares de Jalisco.
Gracias al auspicio de la UdeG hemos escuchado en espacios universitarios a los padres de los normalistas de Ayotzinapa, a representantes de los pueblos mapuches de Chile o Argentina, a Vilma Almendra y Manuel Rozental de Colombia, al pensador anarquista catalán Miguel Amorós, y a Erol Polat y Melike Yasar, representantes de organizaciones del pueblo kurdo que hoy por hoy representan la experiencia revolucionaria más importante del mundo, junto a la zapatista de Chiapas.
Seguramente otros universitarios tendrán ejemplos semejantes. El más relevante en los años recientes es que cientos de universitarios han tenido empatía y solidaridad con las familias y colectivos que buscan a sus desaparecidos, incluso yendo a paros en sus escuelas en solidaridad con las familias. Y no creo que esta agenda esté siquiera en el radar del jefe del grupo UdeG. Pero sí está en cientos de universitarios que acompañan, apoyan, marchan y son solidarios con las madres que buscan a sus hijos en esta barbarie de guerra informal que conduele a la sociedad de Jalisco.
Los ejemplos que he mencionado sostienen el argumento de que defender a la UdeG no implica estar de acuerdo o apoyar al grupo UdeG y a Raúl Padilla. Se puede defender las labores educativas, culturales y sociales de la UdeG, sin por ello avalar las formas de control y gobierno que ejerce el grupo dominante. No creo que algo semejante puede decirse en el gobierno del estado: defender al gobierno sin ser alfarista. Otra reflexión pendiente y necesaria es qué hacer para que la UdeG democratice sus procesos y toma de decisiones.