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Debates: mentiras, verdades y narrativas

A estas alturas de las campañas de este año, ya queda claro que los debates entre los candidatos a los diversos puestos públicos, especialmente a la Presidencia y a la gubernatura del Estado, generan más expectativas de las que pueden cumplir. Se pide a una herramienta de comunicación diseñada para formatos televisivos acotados, que sirva para dirimir y conocer las personalidades, capacidades y proyectos de Gobierno de los candidatos que participan en esos ejercicios.

Pero pasados los debates, son más comunes las críticas a estos ejercicios a los que se cuestiona por su rigidez, lo poco atractivo del formato y porque por lo general los candidatos tienden a descalificarse más que a presentar propuestas. 

Ya debería quedar claro que los debates no sirven para conocer a fondo las propuestas de Gobierno de los aspirantes a los principales cargos públicos. Pero sí sirven para conocer quién o quiénes dicen mentiras completas o verdades a medias, y sirven también para conocer las capacidades discursivas y argumentativas, así como las personalidades de los contendientes. Quizá la mayor utilidad de los debates es que nos dejan conocer las narrativas que están detrás de cada candidato y por tanto, de cada partido o coalición que está compitiendo en las elecciones del próximo 2 de junio.

Tomemos como ejemplo los debates de las candidatas y el candidato a la gubernatura de Jalisco. Laura Haro Ramírez, candidata de la coalición de PRI, PAN y PRD, ha demostrado quizá el mejor desempeño en los tres debates que han sostenido los candidatos a la gubernatura del Estado hasta ahora. Aunque debe lidiar con una narrativa a contracorriente en la que cuestiona tanto al Gobierno local de Movimiento Ciudadano como a los “gobiernos destructores de Morena”. A pesar del eficaz desempeño que ha tenido la candidata Haro en los debates, las encuestas indican que no tiene oportunidad de competir con las otras dos candidaturas.

En contraste con Laura Haro, la candidata de la coalición que encabeza Morena, Claudia Delgadillo González, ha tenido un pobre desempeño en los debates, especialmente en la articulación de su discurso y en la presentación clara de las propuestas. A pesar de contar con la ventaja de ser postulada por el partido mejor posicionado, los yerros de Delgadillo en los debates, donde a veces deja frases incompletas y propuestas sin exponer la dejan en este momento como la candidatura con el peor desempeño en los debates. En la narrativa que ha expuesto en la campaña, parecería que basta con que Morena gane en Jalisco para que se terminen todos los problemas del Estado, desde la inseguridad hasta las carencias en materia de salud, educación, transporte e infraestructura. Todo se resolverá si Jalisco “se sube al tren de la Transformación”, lo que a todas luces es falso.

El desempeño del candidato oficialista en Jalisco, Pablo Lemus Navarro, ha venido de más a menos, aunque en todos los sondeos posteriores se le presenta como el ganador. En los primeros dos se le vio más confiado, pero en el tercero se le vio a veces inseguro y recurriendo más a la lectura de textos que en la exposición de propia voz. El yerro que metió en problemas a Lemus fue justamente cuando se salió del guion escrito y descalificó a las candidatas por ser “hijas de ‘Alito’” Moreno, dirigente nacional del PRI. Lo que parece exagerado en la narrativa de Lemus en su campaña es este discurso chovinista de que su misión es defender a Jalisco de la intromisión de Morena que quiere apropiarse del Estado desde la Ciudad de México. Esta narrativa chovinista pretende hacer creer a los electores que Jalisco tiene los mejores sistemas de salud y educación del país y el mejor modelo de desarrollo económico, en comparación de los gobiernos de destrucción de Morena. Es un discurso basado en falsedades o medias verdades y simplista que parece apostar por un electorado poco informado o provinciano que quiere evitar que llegue el “imperialismo” capitalino. 

Ya se verá cuál de estas narrativas atrae al electorado o, casi en la misma proporción, los lleve a descartar todas estas narrativas por simplificadoras de una realidad más compleja que no cabe en sus discursos ni en sus campañas. 

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