Ideas

De una vez

Un servidor tenía diez años cuando se realizó la primera Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Conocí la feria como tantos otros chamacos, llevado por la escuela. Llegamos en un autobús, bajamos en tropel, nos formaron a punta de gritos. Nuestra profesora era una chica joven y de carácter dulce pero la directora de la escuela no era una mujer de andarse por las ramas. “Los quiero formaditos y tranquilos. Y cuidadito con tocar un libro, ¿eh? Los libros no se tocan”. Nos hicieron caminar por el centro de los pasillos que se formaban entre los originales y rústicos stands (si no  mal recuerdo, había algunas mesitas exhibidoras y también estantes metálicos con muescas para ajustar las tuercas, como los que suelen usarse en talleres y ferreterías). Mirábamos por encimita lo que nos llamaba la atención. La directora era firme en sus ideas: si alguno de nosotros osaba romper la fila y arrimarse a cualquier ejemplar, la buena señora le chistaba “ts, ts, ts” y el niño, luego de un escalofrío, regresaba a la formación. Aún así, la feria me pareció fascinante y, en una distracción del dispositivo de vigilancia, logré tocar mi primer libro, un tomo sobre la historia de las Chivas ilustrado con fotos de época que me atrajo magnéticamente. Pero mi historia de amor a primera vista estaba destinada al fracaso: ni llevaba yo dinero encima como para comprarme el tomo ni hubo modo de seguir hojeándolo. Un par de mis compañeros me dieron un empellón para advertirme que ya venía la directora hacia mí. “Ts, ts, ts”. Tuve que soltar el libro.

Nunca volví a verlo. Regresé a la FIL al año siguiente, y al otro, ya con mi familia, y con todo el tiempo del mundo para ver todo lo que se me antojara (no con el dinero como para comprarlo, pero era un avance) pero nunca volví a ver el libro de historia de las Chivas. Y como no recordaba ni el título ni la editorial, que son cosas en las que un niño no se fija, pues no hubo modo.

Por eso les recomiendo que si ven un libro que los enamora, no lo dejen ahí, a la merced de otro pelado. El encuentro con lo deseado es único. Nada de “la próxima semana me lanzo a Plaza de los Aguates y me lo consigo”. Una oferta editorial como la de FIL no la tienen las librerías de toda la ciudad juntas. Aprovechemos.
 

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