De sigilo, vergüenza y silencios históricos
No he logrado concentrarme muy bien desde que esta semana el mundo se volvió a polarizar haciéndonos creer que bajo cualquier supuesto conflicto, si no estamos de un lado estamos contra el otro. En esos términos que tanto aborrezco de los políticos y maquiavélicos fundamentalistas, es que volvimos a operar y a creer (desde la soberbia de leer algunos pequeños textos y ver algún que otro video documental) que sobre el conflicto de Palestina e Israel había que escoger bandos. Dentro de esta clara ecuación de dos bandos, hay un protagonista esencial al que perdemos de vista: el terrorismo. El terrorismo no tiene provecho, no atrae a nuevos pensadores a filosofar sobre alguna injusticia, no repara sino desgarra desde la venganza, nunca el terrorismo ha tenido otra fuente emocional que no sea ésta, la siempre insuficiente venganza. El terrorismo no hará nunca que nuestra poca o mucha consciencia sobre un conflicto o una situación política en particular, mágicamente nos mueva hacia un pensamiento distinto. Lo que sí hace, es que nos paraliza, nos hace voltear a ver la furia y la vileza con la que han sido criados cientos de miles de personas alrededor del mundo para poder justificar a costa de cualquier principio, a costa de cualquier injusticia, a costa de cualquier “dolor”, la violencia contra nosotros mismos, contra nuestros vecinos, contra nuestra propia humanidad. La guerra, en cualquiera de sus formas no va con las verdades a cuestas ni buscando paz, la guerra es la mentira que más valoramos, porque nos hace padecer de lejos o de cerca, el sufrimiento y el dolor ajeno y ello, medianamente nos mueve de nuestra propia realidad hacia una efímera y superficial empatía.
Hace muchos años que el mundo ve sigilosamente y con vergüenza ha oprimido la libre opinión sobre el conflicto entre Israel y Palestina. Hace también muchos años que la maquinaria de la ultra derecha, en ambos territorios, o en el mundo entero, nos ha convertido en solo testigos de infinitas injusticias que vive un pueblo en particular, el ocupado. Al pueblo palestino le tienen reducido a uno sin soberanía, sin derechos civiles, políticos y sociales completamente alejado de su propia autonomía. Lo que unos cuantos terroristas causen de manera atroz en el mundo, no borrará más la inercia de los pueblos y de la gente que hemos sido testigos de la opresión humana que han sufrido por parte de Israel, miles y miles de palestinos inocentes.
La historia no es una u otra, la historia se hace todos los días, se redefine conforme la vida misma. Nunca estaré en favor de ningún acto de barbarie que asesine o atente contra la vida de cualquier otro ser humano. No creo en la pena de muerte. No veo ni en lo público ni en lo privado ningún valor en la venganza, en justificar las acciones que emprendemos porque alguien nos haya lastimado personalmente o como pueblo. El camino hacia el ideal, hacia la igualdad de todos los pueblos, tiene que venir desde el llamado profundo de la humildad y de poder ver en el otro y al otro como a uno mismo. No sé en qué terminará esta nueva etapa de guerra entre palestinos e israelitas, pero más o menos intuyo que los radicales se radicalizarán aún más y nos harán una vez más que nos avergoncemos de nuestra propia visión. Ojalá, es urgente, vuelva la concordia y sanemos todo resentimiento. Ojalá.
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