De cara al temporal
Teniendo claro que el sistema político mexicano se puede catalogar como una democracia que todavía no vence los fantasmas de los legados autoritarios que se ponen en marcha en los fines de sexenio, los que nos recuerdan nuestra historia de los dedazos, los abusos al final de las gestiones, mejor conocidos como “año de Hidalgo” y de las sacudidas de cierre de sexenio que venían como culmen de las decisiones político-económicas que distinguían a cada gestión federal. De cara al cierre de la actual administración federal y al año electoral que se avecina, parece conveniente así, hacer un recorrido histórico del balance de los presidentes en tiempos recientes y su herencia a México al cierre de su ejercicio ejecutivo.
A principios de los noventa, Carlos Salinas de Gortari profundizó en las políticas económicas neoliberales, aperturó el mercado mexicano y posicionó a México internacionalmente con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Para el fin de su mandato, si bien había un sector privado fortalecido, menos impuestos, y mucha atracción de inversión, se presentaba una profunda deuda en estabilidad política y social que culminó en una gravísima crisis de gobernabilidad.
El fin del sexenio estuvo marcado por el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacinal (EZLN) en Chiapas y el asesinato del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio, si bien el discurso y la estrategia presidencial estuvieron orientados a las mega obras y programas que se difundieron como soluciones para combatir los problemas que aquejaban a la población, al final del sexenio, la realidad de la profunda desigualdad e inestabilidad del país nos golpeó un diciembre y siguió como bola de nieve trastocando y transformando la vida social y política de México.
El gobierno de Zedillo así, recibió un país en crisis, la ruta económica se caracterizó por políticas de estabilización financiera: se inyectaron más de 50 mil millones de dólares con la ayuda del Fondo Monetario Internacional, se incrementó la recaudación con impuestos indirectos y se condicionaron préstamos de bancos norteamericanos a cambio de las ventas petroleras. Se logró la estabilización y en lo político, se abrieron las compuertas de la transición democrática ante una presión social que resultaba ya imposible contener para el viejo régimen.
Durante este sexenio el PRI perdió por primera vez la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados, el PRD se fortaleció desde sus bases en el D.F. y el PAN gobernó ya algunos estados, entre ellos, Jalisco.
Vicente Fox logró aglutinar las fuerzas políticas en torno a la aspiración de lograr la transición política en el Ejecutivo Federal y dar paso a una nueva era en el país; así, fue el primer presidente de México que no pertenecía al PRI. La irrupción panista, tras 70 años de priismo, venía acompañada de una fuerte expectativa democrática que clamaba por cambios estructurales profundos para enfrentar los problemas del país.
El ejercicio de gobierno dejó grandes deudas, la pobreza se mantuvo en el 47% de la población, el legislativo no avaló las reformas estructurales propuestas, la inseguridad se comenzó a acentuar y se señalaban indicios de colusión del gobierno con el narcotráfico (con la captura de Nahum Acosta). Sus logros bien reconocidos, fueron los avances en salud con la implementación del Seguro Popular y la ampliación de la cobertura educativa.
2006, fue la primera elección en la que contendió López Obrador, el declarado ganador fue Felipe Calderón Hinojosa. La economía mexicana con la continuidad del panismo fue bien tratada por la baja inflación, el aumento en el valor de las reservas internacionales y la estabilidad en la contratación de deuda, sin embargo, el crecimiento económico fue bastante moderado, con un promedio del PIB de 1.9%, teniendo en consideración la crisis financiera mundial del 2008.
La estrategia de seguridad de Calderón Hinojosa, que se caracterizó por utilizar todo el aparato castrense de manera beligerante contra el crimen organizado, pavimentó el camino de la violencia extrema que actualmente sufrimos los mexicanos y de la proliferación desmedida de la presencia de los cárteles en la vida cotidiana. Todo mientras su secretario de seguridad, como sabemos hoy, negociaba con el Cartel de Sinaloa.
No hubo tercera oportunidad para el PAN, arribó Enrique Peña Nieto y con él de nuevo el PRI al ejecutivo. La aprobación de 24% que tuvo al final de su sexenio es un claro indicador de la debacle de su ejercicio; Amnistía Internacional señaló al priista de dejar “una de las peores crisis de Derechos Humanos en todo el hemisferio” (incidencia en asesinatos y Ayotzinapa), la pobreza se mantuvo prácticamente igual que cuando inició su sexenio y se perdió la cuenta de los escándalos de corrupción que rodeaban a su gabinete y a su partido, comenzando por la Casa Blanca.
Frente a este escenario, alzando la bandera anticorrupción y señalando al conservadurismo como el mal que hay que desterrar de la política, llegó a la Presidencia Andrés Manuel López Obrador. En el marco del cierre de gobierno del mandatario que cambió la lógica de gobierno nacional, configurando una elite gobernante que se calificaba como diferente y progresista, pero que agrupaba no solo a militantes de su movimiento, sino también a cuanto priísta tradicional quisiera o fuera necesario, es posible identificar una disminución en 8.9 millones de mexicanos de la pobreza como respuesta al incremento real al salario mínimo y la implementación de los programas sociales de transferencias directas, pero también, una creciente polarización política en el país, impulsada por su discurso, una ejecución presupuestal deficiente caracterizada por obras que se ejecutan muy por encima de lo presupuestado y un nulo ejercicio de la transparencia, a lo que se suma una muy preocupante militarización que ya supera los indicadores de Calderón y una compleja reestructuración de las redes de corrupción que se multiplican al parecer ante un aparato estatal que domina cada vez más el poder público.
Falta menos de un año para cambiar de presidente y las líneas que dividen Ejecutivo, Legislativo y Judicial se difuminan producto de una política intervencionista del Ejecutivo hacia los otros poderes, caracterizada por la confrontación, el golpeteo ideológico y el apoderamiento, a través de colocar a simpatizantes y/o cercanos a Morena en los espacios de toma de decisión de los otros poderes, lo que aparece como profundamente preocupante si en el horizonte se dibuja un sexenio de continuidad en el que el actual máximo líder de Morena intentará seguir mandando y evitándo posibles cambios de fondo, aun cuando tengamos la primera presidenta de México.