De Challenger a Escalade
Hay una broma que dice que cuando un alemán escucha un ruido en su auto, lo desarma y lo vuelve a armar. Un estadounidense lo tira y compra uno nuevo. Un mexicano le sube el volumen al estéreo. Sí es broma, pero refleja un poco la forma de ser de cada nacionalidad, obviamente generalizando, lo que siempre es algo peligroso. En la industria automotriz los estadounidenses han sido líderes desde hace muchos años, aunque han estado perdiendo ese liderazgo en parte debido a una calidad inferior, pero también por no adaptarse precisamente al resto del mundo, intentando casi siempre imponer su estilo. Dueños aún de un mercado poderoso, el segundo en volumen y primero en utilidades de todo el planeta, hay cosas que funcionan en el vecino del Norte que muy probablemente no encajarían en otro lugar.
Una de ellas es sin duda el mercado de los “pony cars”. Mustang, Challenger y Camaro solo funcionan realmente a sus anchas en Estados Unidos, pese a que el Ford sí encuentra algo de mercado en Europa o Asia, debido más que nada al hecho de ofrecer un motor de cuatro cilindros como opción. En un mercado tan acostumbrado a las novedades como el del vecino del Norte, llama poderosamente la atención que en el cierre de 2019 el más viejo de ellos, el Challenger, haya rebasado a sus rivales como un Demon (io) -perdón, el infame juego de palabras me resultó irresistible- terminando el último trimestre en el primer puesto. Para un auto con 11 años en el mercado resulta rara esa victoria y aunque el Mustang terminó el año pasado en primer lugar, la distancia disminuyó hacia el Challenger, mientras que el Camaro está cada vez más hundido en el tercer puesto, con rumores de que desaparece en 2023.
Poder y tamaño
La fórmula de FCA para el Challenger ha sido lanzar múltiples versiones y, más que nada, poner bajo su cofre el mayor número de caballos de fuerza posible, siempre más que sus rivales. Es cierto que en una pista le ganan sin problemas, pero ¿Quién vive en un autódromo? El que compra un Challenger está comprando el derecho a presumir que tiene más poder que nadie. (A Donald Trump le gusta eso).
Con la Cadillac Escalade pasa algo similar. Criticada durante sus más recientes generaciones por ofrecer poco espacio interior aún siendo una inmensa camioneta, la solución que encontraron los ingenieros estadounidenses fue típica: hacerla mayor, de hecho más grande que ninguna otra.
Un diseñador de interiores europeo o japonés que tuviera que encontrar una función más en un muy pequeño departamento en París o Tokio, hubiera diseñado muebles plegables o encontrado alguna otra solución ingeniosa para lograr su objetivo. Pero Cadillac es estadounidense y por ello la solución fue desechar la plataforma anterior y hacer una nueva, nada menos que 18 centímetros más larga. El orgullo con el que presumen su nuevo tamaño es casi infantil. Y lo más seguro es que el resultado sea excelente, que la gente la compre más que nunca porque Cadillac con la nueva Escalade, está dando a sus clientes lo mismo que Dodge con el Challenger: el derecho de presumir que tiene la mayor camioneta del mercado.
Cuando llegue a México será más difícil maniobrarla en los angostos carriles de Paseo de la Reforma, por ejemplo, o en los túneles de Guanajuato. Peor aún será encontrar un estacionamiento donde quepa. Pero, si subir el volumen del estéreo no es opción en este caso, no faltará el que crezca la reja de su cochera hasta invadir la banqueta para poner su Escalade, porque a nosotros también nos gusta tener mayor la camioneta, la cochera y -en esto le ganamos por mucho a los vecinos de arriba- la creatividad.