Ideas

David y Goliat

Cada que un militante de partido renuncia a su pertenencia original siento un poco de tristeza. Cuando veo que algunos se alejan de lo que fue su trinchera por muchos años me asaltan algunas preguntas, dentro de ellas el ¿por qué? Entiendo que todas las personas tenemos derecho a cambiar (hoy, por los avances médico-tecnológicos, se puede hasta cambiar de sexo), pero hay algunos casos que llaman la atención, sobre todo los de quienes fueron encumbrados por un partido al que pertenecieron por muchos años y, hasta ahora, se percatan de que estuvieron equivocados; lo acreditan a errores de juventud o independencia de criterio.  

Sí, el PRI -hay que aceptar- ya no es ni será lo que fue, simplemente porque la vida transcurre y una de sus obligadas consecuencias, la actualización, no se cumplió. Así como los hijos suceden a los padres, en este permanente ejercicio que se remonta hasta nuestros orígenes, las instituciones deben ajustarse a los tiempos, o desaparecen. Los dirigentes del PRI se alejaron de sus principios y de su compromiso con los que le dieron razón de ser. Cuando debió hacerse, no fue renovado -dejó de ser lo que era-, pero ¡cuánto nos dio! Nos dio paz, tranquilidad, prosperidad: nos dio futuro. Fue el instrumento de la Revolución Mexicana para modernizar la vida del país, abriendo oportunidades de movilidad y ascenso social. Sí, hoy la dirigencia nacional no está a la altura de su militancia. El señor Moreno está lejos de ser un político serio, maduro, el hombre de Estado que se pone como Cincinato al servicio de la patria. Sí, Alejandro Moreno tiene la firma y el sello; lo que no tiene es la autoridad moral para representarnos, como no la tienen los dirigentes del PAN, del PRD ni de Morena.

Lo que sucedió es que, en medio de la batahola sucesoria, apareció en escena, de improviso, un personaje que despertó una gran simpatía por su frescura, desparpajo y trasparencia, y los partidos, que no tenían candidatos viables, se montaron en la posibilidad de elevar su competitividad con la señora Xóchitl Gálvez, a quien ungieron para encabezar la coalición que representa el Frente. La paradoja es que Xóchitl, rodeada de sus “simpatizantes emergentes”, tendrá que soportar la presión que ejerzan sobre ella hasta que, como es deseable, se siente en la silla maldita. El principal lastre de Xóchitl son las dirigencias de los partidos nacionales y los oportunistas con los que tendrá que cohabitar hasta la elección, e incluso, después de ella. El reto es formidable. 

La candidata del partido oficial cuenta, desde hace años, con la decisión, el apoyo incondicional de López Obrador y los recursos del Gobierno a su servicio. Mientras tanto, Xóchitl, que apenas dispone de lo mínimo para hacer campaña, está encontrando en la sociedad el aliento para construir el país que merecemos. Reflexionemos. Apoyémosla, no perdamos la oportunidad de darle el voto que ella requiere y México necesita. En la elección de los gobernadores, senadores y diputados federales, está la clave. No olvidemos que David derrotó a Goliat.

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