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Cuatro plagas inclementes

El Covid, la sequía, los incendios provocados, y las campañas políticas se presentan en nuestro escenario como plagas inclementes, que contribuyen poderosamente a contaminar todavía más el ambiente social que respiramos. Todas, incluso la pandemia, son fruto de la manera irresponsable en que actúa el ser humano.

En las cuatro la autoridad se ha visto no sólo rebasada, sino ampliamente derrotada, en parte porque le ha tocado cosechar el fruto de muchas administraciones que fueron hipotecando el futuro de la ciudadanía a cambio de ganancias personales, hoy día esa hipoteca, jamás abonada, es prácticamente inmanejable, y aún así, se sigue hipotecando más.

La explosión demográfica de los municipios de Tlajomulco, de El Salto y Juanacatlán tuvo responsables y beneficiarios, pero eran sólo secuela de la ola expansiva que había antes sucedido en Guadalajara, Zapopan, Tlaquepaque y Tonalá, desde que a alguien se le ocurrió, sin control y previsión de futuros, traer el agua de Chapala. El desastre ecológico ha sido inmenso y amenaza ahora con arrastrar la zona de los Altos. El problema de fondo no es de dónde traer más agua, sino cómo aprovechar mejor la que ya hay, lo cual podría costar menos que los onerosos estudios hechos en el sexenio anterior, pero también, más que la distribución del agua, lo que importa organizar es la distribución de los habitantes, a lo cual ningún gobierno se anima.

Los incendios provocados no se han detenido con la emisión de leyes, pero sí podrían preverse con medidas más audaces de vigilancia y de sanción, no nada más de los pirómanos, sino de sus empleadores. La criminalidad de quienes los provocan perjudica seriamente la salud de millones de personas, ya de por sí sometidas a la tiranía de la escasez de agua, mientras que pone en tan grave peligro a los cientos de personas heroicas que salen a combatirlos.

La pandemia ha mostrado la casi total ausencia de cultura cívica en la ciudadanía, y el fatalismo con que finalmente han actuado las autoridades estatales, renunciando a cualquier intento por controlarla, lo cual no sólo es una derrota sino sobre todo una claudicación, que no se observa en otros países, por lo menos en los europeos. Con el afán de salvaguardar la maltrecha economía y no hacer papel de ogro en plenas campañas políticas, el gobierno decidió dejar que la gente haga lo que le venga en gana, adiós semáforos y botonazos, que rija la ley de Darwin.

Gracias a este bando libertario, las campañas políticas están a todo lo que da, en mítines tradicionales, sin sana distancia, sin cubre bocas, sin originalidad, sin vergüenza, sin respeto a la ciudadanía, harta de los mismos manidos discursos trienales, escuchando un cúmulo impresionante de ofertas de todo lo que no le toca hacer al gobierno, en tanto que lo que sí le toca, sigue intocado.

Algunos idealistas habían pensado que, dada la contingencia sanitaria, los candidatos mostrarían creatividad a la hora de realizar sus campañas, innovando nuevas formas de dar a conocer sus propuestas, pero semejante hazaña no parece estar al alcance de estas personas, ni de sus asesores, acostumbrados a repetir el libreto, cambiando solamente el nombre de los actores.

armando.gon@univa.mx

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