Cuando el destino nos alcance
En este último año fuimos testigos de un desarrollo tecnológico que está destinado a cambiar no sólo la historia de la humanidad sino, como ha escrito el reconocido intelectual israelí Yuval Noah Harari, la historia de la evolución natural. Me refiero al salto cuántico en el uso de la inteligencia artificial.
Aunque hay muchas incógnitas de orden ético que hay que solventar, lo cierto es que el valiente mundo nuevo de la sociedad postindustrial no esperará a nadie. Sólo las naciones que estén mejor preparadas para enfrentar los desafíos de la cuarta revolución industrial podrán brindar prosperidad a sus poblaciones.
Es indudable que la clave para ello es la reconfiguración de los viejos en nuevos paradigmas de la educación pública y privada. En esto se debe encontrar un justo medio entre la impartición de materias científicas, humanísticas y artísticas para formar a personas en el ideal universalista del renacimiento y de la ilustración.
A pesar de ello, hoy pocos pueden desdeñar la gran relevancia que han adquirido las disciplinas del llamado STEM o CTIM, en el acrónimo castellano. Se trata de disciplinas ligadas a la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas.
No sólo países de gran desarrollo como los europeos, Estados Unidos o Japón se han vuelto líderes en esto, sino que también países como la India o Singapur han evolucionado de manera espectacular en esta materia.
Si lo han hecho esos países, la pregunta pertinente es por qué no lo ha logrado México. La respuesta más obvia es que se debe al modelo educativo que se ha implementado en México en los últimos años. Desgraciadamente, el gobierno actual no ha paliado sino agravado nuestro predicamento. Si a esto agregamos la deficiente respuesta oficial a la catástrofe natural como la pandemia del COVID, el problema se potencia.
En efecto, según estudios realizados por la Comisión para la Mejora Continua de la Educación (Mejoredu), los y las estudiantes de primaria en nuestro país no pueden resolver los problemas matemáticos más básicos que, incluso los jóvenes que egresaron de la primaria antes de la pandemia, eran capaces de solucionar. Esto es una gran tragedia nacional, pues entraña que una generación entera de mexicanos no podrán competir y quedarán a la saga de la evolución futura del conocimiento.
Esto se podría haber evitado si el gobierno federal hubiera invertido cuantiosos recursos, como lo exigía la coyuntura después de la pandemia, en lograr que los niños mexicanos recuperarán el tiempo perdido y hubieran logrado ponerse al día. Es increíble que, ante esta situación, el régimen obradorista hubiera invocado una falsa austeridad que ahora, en un año electoral, ha echado por tierra.
A pesar de esto, el porvenir está frente a nosotros y el país necesita reconvertir los modelos educativos actuales por otros más avanzados. Lo que está en juego es, ni más ni menos, que el destino de las generaciones futuras.