Cristina Gutiérrez Mar
Abrazando mi insomnio
El insomnio se postra en mi cama, siento su mirada penetrante, trato de convertirlo en humo dando giros sobre mi cuerpo. Pasan los minutos, él sigue ahí, vigilante y perturbador. No tengo más remedio que dejar que haga su trabajo de alterar el sueño. Salgo de la sábana y me dirijo a la cocina por un poco de té.
Llueve. No hay truenos ni relámpagos. El sonido de la lluvia es apacible con tonos bajos y melancólicos. Abro la pequeña cortina que está junto al fregadero y con mi taza en mano observo el agua que cae en la oscuridad. Los troncos de los árboles parecen fantasmas negros, me miran y atraen mi pasado con aromas.
Mi mente esculca lo que pasó hace un año. Ahí está él, dentro de un cajón plateado, boca arriba, inmóvil, con los ojos cerrados y su boca sellada en exceso donde sus labios se reducen a una línea delgada sin expresión alguna. Mi boca sabe amarga. Él viste un traje elegante, sus manos se entrelazan y lleva regado por todo su cuerpo estampitas de santos y sagrados corazones. Sin embargo, él no está ahí, no lo siento, él no es mi padre, sólo es un cuerpo hueco sin su jovial espíritu. (“¿Dónde estás, papá?”).
Mi perfil se distingue en el vidrio mojado. La lluvia es más intensa, su música es fuerte, sin filtro. Duele. Vislumbro el farol de la esquina, parpadea. Sonrío sin sonrisa al mirarme en la ventana y mi mente vaga de nuevo.
Pido que abran totalmente el féretro. Necesito tocarlo. Mi padre está más delgado, mucho más. Toco sus manos con mis manos, se sienten rígidas, ásperas, son de hule. Mis lágrimas surgen en cascada hasta mis labios, saben agrias; le suplico en voz baja que ya basta de bromas, que se levante y me abrace. Miro sus párpados, hago un intento estúpido por abrir sus ojos con magia, qué absurdo. Sólo quiero despertar de la pesadilla. (“Dime que estás bien papá, ¿lo estás?”).
Cansada. “Lo único que quiero es dormir” pienso, mientras le doy un sorbo al té de lavanda. El insomnio últimamente es mi irritable visitante sin invitación alguna. Afuera llueve como si las nubes quisieran morir deshidratadas de tanta agua que sueltan. Empiezo a contar cada gota de lluvia de la ventana, ayuda a despabilar los pensamientos, en cambio, las pecas cristalinas llenan la canasta de la tristeza.
Una lágrima recorre mi mejilla derecha. Decido irme con él dentro de la carroza fúnebre. Mi cuerpo tiembla a pesar de lo asfixiante que es ir dentro de un carro sin ventanas y sin aire. Abrazo el féretro colocando mi barbilla sobre la superficie metálica. Juro que la loción de mi padre me llega de golpe, me aferro más al cajón. Abren la puerta trasera de la vieja carroza, las miradas familiares me observan; no las reconozco, sus ojos están perdidos, fuera de sí. Todo está desfasado. (“Aparece en mis sueños papá, quiero verte”).
La lluvia ha cesado, el sol empieza a salir en un arcoíris horizontal con tonos rojizos. La taza de té ha quedado vacía al igual que yo me siento ahora. Los fantasmas negros regresan a su habitual cuerpo: frondosos árboles coloridos tan llenos de vida. Decido regresar a la cama.
Suspiro. Me enrosco en mi propio cuerpo con la sábana hasta el cuello y aprieto mi almohada. Deseo soñarlo, besarlo, abrazarlo. Cierro los ojos y me concentro en su cara. (“Te extraño, papá”) No pasa mucho tiempo cuando el despertador suena, es hora de empezar un nuevo día y llevar a las niñas al colegio.
- Cristina Gutiérrez Mar.
- Nació en Córdoba, Veracruz.
- Vive en Guadalajara, Jalisco.
- Es Licenciada en Mercadotecnia. (ITESM).
- Ganadora de “cuento corto” en el Festival Rulfiano 2019.
- Actualmente es estudiante de SOGEM.