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Cristiano Ronaldo, o la búsqueda de la perfección

Cristiano Ronaldo, uno de los futbolistas más dominantes en el futbol mundial, celebró el pasado martes su cumpleaños número 34, el capítulo más reciente de una vida dedicada a buscar obsesivamente la perfección.

Cristiano nació en Funchal, la capital de Madeira, un archipiélago en el Oceáno Atlántico. Su madre, Dolores, creció en medio de pobreza y violencia doméstica. Su padre, Dinis Aveiro, quedó marcado por su paso por el Ejército portugués y se volvió alcohólico.

El futuro futbolista fue el último de los hijos de la pareja. Dolores intentó abortarlo, como ella misma ha admitido, pero sus intentos no tuvieron éxito y el 5 de febrero de 1985 nació Cristiano Ronaldo dos Santos Aveiro, quien debe su segundo nombre al ex presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan.

Los tintes trágicos de esos orígenes llevaron al jugador a buscar la redención en el polo opuesto, la perfección, y el futbol iba a ser su vehículo.

Cristiano comenzó a jugar en las calles de Funchal y su primer equipo fue el Andorinha, donde su padre era utilero. Lo llamaban “Fideo” por su complexión delgada, pero también “Abeja” por su velocidad. Era capaz de enfrentarse a chicos uno o dos años mayores que él, aunque también lloraba frecuentemente para desahogar su frustración.

Su talento lo llevó primero al Club Desportivo Nacional de Madeira, y después al equipo juvenil de Sporting de Portugal, una transferencia que lo obligó a vivir solo en Lisboa con sólo 13 años. Su acento y sus costumbres eran diferentes, convirtiéndolo en un forastero dentro de su propio país.

En un amistoso disputado en 2003 Cristiano fulguró con su talento a los jugadores del Manchester United y a Sir Alex Ferguson, que decidió contratarlo.

En Manchester se volvió legendaria su intolerancia al fracaso, que lo llevaba a obsesionarse incluso ante una derrota en un insignificante partido de ping-pong entre compañeros de equipo.

En el Real Madrid, su siguiente equipo, el portugués protagonizó junto a Lionel Messi el duelo que ha definido el futbol en los inicios del siglo XXI. La confrontación con uno de los futbolistas más dotados de la historia obligó al chico de Madeira a trascender sus posibilidades hasta colarse a la discusión para definir al mejor jugador de la historia.

Puede ser que, como afirma Tostao, el mejor futbolista entre los dos sea Messi, porque gracias a su inteligencia el argentino seguirá siendo capaz de proezas a los 60 años, mientras Cristiano volverá a ser un mortal cuando su potencia física se desvanezca.

Lo cierto es que cinco Balones de Oro ya han colocado al portugués en los primeros planos de la historia del balompié.

Hoy a nadie se le ocurriría llamar “fideo” a Cristiano, que incluso ha tenido que disminuir su masa muscular para no perder movilidad en el campo de juego. El llanto ha dejado el paso al “Síu”, ese “Sí” con acento portugués que grita cuando anota gol y celebra saltando y extendiendo los brazos en una afirmación de potencia física y supremacía de la voluntad.

Podría parecer un final feliz. Los problemas legales que el jugador ha enfrentado en los últimos meses (entre ellos una acusación de agresión sexual que todavía no ha sido esclarecida) muestran que la perfección en la vida es inalcanzable, aunque es posible acercársele en la cancha, siempre y cuando se tenga, como Cristiano, una dedicación sobrehumana para combatir los fantasmas del pasado.

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