¿Conversatorio o platicatorio?
Oí la palabra “conversatorio” por vez primera en San Juan de Puerto Rico, cuando fui precisamente invitado a participar en una actividad denominada así.
En México, en aquel entonces, le hubiéramos llamado “Mesa Redonda” y recuerdo que felicité a los organizadores por el uso, que a mi me parecía nuevo, de dicha palabra. Me sirvió la idea para entrar en materia, pues ésta era justamente el esfuerzo y los triunfos que han alcanzado los puertorriqueños en la defensa de la lengua española en su territorio, a pesar del embate de que han sido víctimas los pobres boricuas de parte de los gringos y, lo que es peor, de quienes ellos llaman pitiyanquis. Son estos empresarios adinerados que resultan ser “más papistas que el Papa”.
La palabra “conversatorio” me parecía un buen término en vez del mencionado “mesa redonda” dada, en principio, la forma rectangular que suelen tener las mesas tras las cuales se pertrechan los participantes.
Sin embargo, recuerdo haber puntualizado que en nuestro país no tendría sentido dicha palabra porque nosotros no conversamos, sino que “platicamos”. Esta expresión, por cierto causaba molestia a los españoles de pura cepa que, con frecuencia, hacían de ella motivo de escarnio.
Si nosotros platicamos, me acuerdo que pontifiqué, entonces deberíamos de usar la palabra “platicatorio”. Pues a la postre, hice el ridículo. Poco a poco esta intelectualidad que padecemos, que suspira por imitar y/o contribuir a generar una cultura auténtica, ya le abrió la puerta a los tales “conversatorios”. ¿Qué le vamos a hacer? Es una lucha en la que las “armas de la República” no se están cubriendo de gloria sino de oprobio.
Más aún: en el obligado uso de la tecnología, a causa de la “pandemia”, que sin gasto en pasajes nos ha permitido internacionalizar nuestras actividades públicas, la palabra conversatorio es llevada y traída “como manojo de gediondilla” e incluso se oye por ahí con frecuencia que fulano “dio una plática en un conversatorio”…
No estoy seguro de tener la razón, pero dada mi terquedad, yo seguiré platicando y no conversando, porque así lo aprendí desde chiquito, hace casi ocho décadas, y no voy a arriar mi bandera ante un embate extranjerizante como éste. En consecuencia, a cuanto conversatorio me inviten, acudiré con el sable desenvainado e insistiré en que prefiero la palabra platicatorio.
No podría hacer una excepción: las relaciones internacionales, entre otras cosas que los diplomáticos manejan muy bien, deben servir para promover la internacionalización de la cultura mexicana no para extranjerizar la nuestra. Las palabras constituyen un gran instrumento para una cosa y para la otra, pues son el sustento de los conceptos, de tal manera no es mala idea suponer que debemos cuidar más de ellas.