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Contrapesos

La tendencia de todo sistema o persona a ejercer un poder absoluto ha exigido siempre de contrapesos, es algo así como un mal inevitable frente a otro mal inadmisible.

La Universidad de Guadalajara ha jugado por mucho tiempo el papel de contrapeso frente al poder político estatal, y en ese juego se han jugado todo tipo de intereses buenos y malos.

Los habitantes de este país pre-democrático perpetuo estamos siempre bajo el sable del poder absoluto federal y del poder absoluto estatal, uno y otro centralista como lo es todo poder monárquico, por lo mismo los contrapesos que surgen suelen ser calificados despectivamente como “caciquismos”, calificativo que en algunas ocasiones sí se ajusta a la manera en que un contrapeso se ejerce.

El “caciquismo” ejercido por Raúl Padilla hacia dentro de la Universidad de Guadalajara tiene sus muchos bemoles, pero sí que supo ser un poderoso contrapeso frente al caciquismo estatal y al federal y su incurable centralismo.

Justamente por eso, ha sido particularmente destacada la inédita función descentralizadora del “licenciado”, porque constituyó una fuerza de oposición a la tendencia histórica mexicana centralista, pero esta oposición no fue de palabra sino de obra. En este punto conviene recordar que la identidad y la autonomía de sociedades e instituciones se pueden defender por medio de discursos retóricos en los que no cree ni el que los pronuncia, pero cuando esta defensa deja las palabras y pasa a las acciones concretas, entonces sí que debemos tomar en serio al líder que las promueve.

Al centralismo asfixiante mexicano que ha buscado convertir a los estados en delegaciones o parroquias del Distrito Federal, los estados se han defendido, pero reproduciendo muchas veces el mismo modelo centralista hacia dentro, creando capitales densas donde hay de todo frente a un resto de municipios famélicos donde hay muy poco. Raúl Padilla rompió esta inercia en un campo de enorme trascendencia, la educación superior que, de estar centralizada en Guadalajara, pasó a compartirse en diversos planteles regionales; sólo esta acción ya era de un mérito incomparable.

Otro acierto de igual valor fue constituirse en un verdadero contrapeso contra todo poder absoluto, aún si para hacerlo se hubiese caído en la trampa de reproducirlo en sí mismo. De cualquier modo, y pese a esta desviación, el contrapeso funcionó, y la gran incógnita del momento actual es saber si la Universidad podrá mantener este servicio a la sociedad y a la democracia, o acabará sumándose al poder centralizador del estado y de la federación, con grave afectación a su autonomía como institución académica y a la propia comunidad jalisciense. La autonomía de la Universidad de Guadalajara ha sido una conquista difícil pero alcanzada, ya quisiera la Secretaría de educación Jalisco haber logrado siquiera un mínimo de esta libertad. Pero como en todo proceso de albañilería hay muchas cosas por limar y muchas otras por limpiar.

Guadalajara, que es y debe seguir siendo siempre y solo Guadalajara, sin apellidos ni pertenencias a persona alguna por muy destacada que sea, le debe agradecer esa otra forma de hacerla famosa desde una feria internacional del libro, y no sólo por el tequila o las tortas ahogadas, que no caen mal después de una buena lectura.

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