Conmigo o en mi contra
Del blanco al negro hay una escala de grises que no muchos pueden percibir. Polos opuestos, dirían algunos, pero en ese amplio espectro de colores aparentemente apagados coexisten la tolerancia y el derecho a la información, la responsabilidad, el aparato crítico social y la libertad de expresión; sin embargo, entre el ejercicio de informar y el protagonismo que da una banda presidencial la última semana se abrió un conflicto que va mucho más allá de dos personajes públicos como el Presidente Andrés Manuel López Obrador y el periodista Carlos Loret de Mola.
De más está decir, luego de que se ha dicho todo y más sobre el abuso cometido públicamente por el Presidente al exhibir los supuestos ingresos de Loret de Mola el viernes pasado, la afrenta implica un acto contra la seguridad del comunicador y su familia, más aún en un momento donde el país atraviesa una escandalosa alza en el número de periodistas asesinados. Exhibir a un ciudadano -periodista o no- como lo hizo el titular del ejecutivo vulnera la integridad de quien -por elección personal en el ejercicio de su profesión- es un objetivo no sólo de la crítica, sino de la violencia en todas sus modalidades, pero aun más del crimen organizado al mostrar “la riqueza” que posee.
La transparencia y el acceso a la información son un arma poderosa, pero no está diseñada para disparar sin motivo y a quemarropa, y eso fue lo que el Presidente hizo. Por ello la sociedad se unió con un #TodosSomosLoret, y no es que lo seamos, pero pensar que cualquiera puede ser el siguiente objetivo por un reportaje o una opinión que desagrade a López Obrador genera cohesión social y es de considerarse. Queda claro que el púlpito mañanero no está diseñado para escuchar y ayudar, pues no alcanza para apoyar a una periodista que pide protección, como lo hiciera Lourdes Maldonado hace unos años, pero en el mismo escenario sí se puede servir en bandeja a Loret de Mola. ¿Qué sucedió con su tan resonada política de abrazos?
“Conmigo o en mi contra” pareciera la máxima del Presidente. Nada más lejos de la realidad. Así como costó décadas de lucha y campañas y millones de pesos construir la alternancia en México, también ha costado construir la libertad de expresión, ésa que vale la pena defender y que siempre está a un paso de la represión o la censura, que ha costado la vida de cuatro periodistas este año en sólo un mes, esa libertad que yo sí quiero hoy y para las siguientes generaciones.
Vivimos en un país polarizado que, por un lado, normaliza los discursos de odio y, por otro, sabe tejer redes sociales para exigir justicia. No es de extrañar que los colores se disipen y se vea todo en blanco o en negro. Por ello es necesario desarraigar la normalización de la violencia en cualquiera de sus modalidades y plataformas, para un ciudadano o un grupo social, hacia el periodismo o hacia cualquiera que le pida cuentas o que no comulgue con el ejecutivo, en cuyo rango igual se incluyen los colectivos, manifestantes, enfermos que exigen medicamentos, padres que buscan a sus hijos desaparecidos, todos los que forman parte de la sociedad y no coinciden con los discursos oficiales. ¿Quién sigue? Ahora es Loret de Mola, ¿mañana, quién?
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