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Congestión vehicular

El congestionamiento vehicular no solamente hace perder infinitas horas-hombre, sino que genera además una muy alta contaminación desde el momento en que los autos deben ir frenando y acelerando lentamente y por tiempos prolongados; adicionalmente, la congestión del tráfico incrementa la tensión social y facilita la violencia citadina, de la cual somos testigos todos los días, en ocasiones con resultados trágicos. Todos estos aspectos deberían ser tomados en cuenta, muy seriamente, a la hora de enfrentar con inteligencia y sentido práctico el flujo del tránsito en nuestra ciudad.

Para que los carriles confinados funcionen y solucionen los problemas en lugar de incrementarlos, como de hecho lo están haciendo, se requiere de una verdadera red que lleve a las personas a donde viven y no sólo a donde concluyen dichos carriles. Una red de carriles confinados articulados exige de abundantes unidades de transporte que garanticen un traslado cómodo y seguro, como de hecho lo ofrece un auto particular, si bien, es cierto que estos remedios suponen una ciudadanía convencida y no solamente obligada y oprimida por las decisiones de la autoridad.

En tanto la educación cívica logra persuadir a la ciudadanía de dejar el auto y atenerse al transporte público o a la bicicleta, la autoridad debe comprometerse a mejorar la fluidez actual, lo cual en primer lugar exige la sincronización de los semáforos, algo que medio existe apenas en algunas calles y avenidas tapatías, la medida requiere inversión, pero el resultado mejoraría el medio ambiente y el clima social.

El reto descomunal es el transporte público, pues sigue siendo una empresa privada que le apuesta a ganar gracias al volumen manejado, es decir, retacar las unidades hasta la asfixia en las horas pico porque son las horas en que más se gana. Introducir un número mayor de unidades, y que estas fueran eléctricas, supone menos ganancia y más inversión, y ni los dueños lo quieren hacer, ni la autoridad tiene piensos de obligarlos. Negocios son negocios.

Y es que ni el transporte no privado escapa a esta lógica, los vagones de los trenes ligeros, las unidades de los trolebuses o de las rutas alimentadoras pasan atestadas de personas, porque hasta en Japón así se hace, contimás en Guadalajara. Esta realidad fomenta más que cualquier otro curso académico o exhortación, el ansia de poder tener un propio auto y escapar a la opresión del transporte público, aunque se caiga en la opresión de los embotellamientos.

Para cerrar el punto, resulta que una ciudad del tamaño de Guadalajara, sigue teniendo en el siglo XXI el mismo número de entradas, aunque más anchas, que las que tenía en el siglo XVIII, cuando en esta otrora amable urbe habitaban 30000 personas; la única novedad fue la autopista que viene de Tepatitlán.

Este hecho permite gozar todos los días y ya casi a todas horas, de colosales estacionamientos que se van moviendo muy lentamente hacia la ciudad, mostrando toda la gama de colores, marcas y condiciones vehiculares, así como una densa nata de contaminantes elevándose a la atmósfera, sin que autoridad alguna, ni municipal, ni estatal tenga a la mano otro proyecto que no sea la línea 4, lo cual ya es ventaja, al menos si vienes o vas a Tlajomulco.

armando.gon@univa.mx

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