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Con permiso del marido…

“¿Y tu marido sí te da permiso de trabajar?”, me preguntaron un par de veces en entrevistas laborales. “¡¿Cómo?!”, respondí la primera vez, moderando mi asombro y tratando de asimilar todo lo que vi detrás de esa pregunta. A varias amigas y colegas, en distintos ámbitos, les han preguntado lo mismo antes de contratarlas.

Detrás de esa pregunta se asoman siglos de estereotipos y la concepción arcaica del rol de la mujer únicamente dentro del hogar; décadas de lucha por lograr una participación equitativa en cargos públicos y de toma de decisiones, con piso parejo e igualdad de oportunidades, donde se garanticen sus (nuestros) derechos.

Pero también está esa dura batalla que día a día millones de mujeres enfrentan en lo privado, dentro de casa, en la vida en pareja, para poder tener voz y decisión sobre su vida, libertad de elegir, de hacer y de crecer, de desarrollarse y ser quienes ellas quieran… sin tener que pedir permiso.

La pregunta resulta tan arcaica e inverosímil como la Epístola de Melchor Ocampo, que hasta hace un par de años solía recitarse para los matrimonios al civil. Un discurso de 1859 que habla de la abnegación como una de las principales dotes de la mujer, quien debe dar obediencia al marido y tratarlo con veneración. Algo que parece permanece aún la psique de miles, que está enraizado en costumbres, donde las relaciones de pareja son de sometimiento y no de iguales.

Este 25 de noviembre millones de mujeres, asociaciones y colectivos salieron a alzar la voz por aquellas que fueron calladas, por las 11 mujeres que en promedio son asesinadas a diario en México. Ayer tomaron las calles para gritar: ¡No estás sola! ¡Ni una más!

El Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, el 25N, busca visibilizar lo que se vive en la calle y los espacios públicos, pero también dentro de miles de hogares y en las relaciones de pareja. Esa violencia que se incrementó y se convirtió en “la otra pandemia” durante el confinamiento por COVID-19.

Uno de los problemas es identificarla, detectarla desde los primeros indicios, en sus primeras formas. Porque la violencia también suele llegar disfrazada de amor, silenciosa, sin que la víctima se dé cuenta de que está siendo víctima. 

“Fue cuando pensé: ¿por qué una persona es capaz de hacerme sentir tan mal? ¿Por qué me siento como cucaracha? Si yo sé que no lo soy, y es por todo lo que él me decía”, me compartió una amiga sobre cómo descubrió que era víctima de violencia psicológica, “siempre me decía que estaba loca, que yo era de lo peor, pero tampoco se iba ni me dejaba ir”.

Como diría el sociólogo Alain Touraine: “La conciencia de ser mujer no va contra los hombres y sí contra ciertas formas de relaciones entre hombres y mujeres”. Una relación entre iguales, de respeto, donde salir a trabajar o hasta cenar con amigas sea parte de la comunicación en pareja, no un asunto de pedir permiso. 

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