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Con el ceño fruncido, igual que Alfaro

En El Principito, de Saint Exupery, hay un diálogo sobre los mandatos razonables. El rey de un planeta diminuto dice que si ordena a un hombre convertirse en ave y no lo hace, la responsabilidad de la desobediencia recaerá en el monarca, pues no es razonable ordenar esa sandez. Algo así, ustedes lo recordarán mejor que yo.

Pensé en ello ahora que tenemos frente a nosotros el mandato para que la salud sea un derecho de todas las personas que habiten o pasen por nuestro país. Hágase la salud en México como en Finlandia. Más o menos así es el mandato. Hágase el Insabi en Jalisco y en Chiapas; en Iztapalapa y en Ensenada. Un sistema de salud de primer mundo, mandatado en el pergamino de nuestra Constitución y aterrizado en la Ley General de Salud.

Uno no sabe si aplaudir la intención o cuestionar un mandato que no sólo es poco razonable sino que, si se hurga, puede destruir lo poco habido en lugar de construir un universalmente habido.

Por eso creo que tiene razón Enrique Alfaro al preocuparse. El nuevo planteamiento no tiene pies ni cabeza ni sabe uno cómo convertirlo en ave o en hospital. Aún no. Y como está dibujado, genera subordinación de los gobiernos estatales, provoca una falta de responsabilidad política de la federación en los estados y luego produce falta de responsabilidad política de los estados ante el control federal. Supongo que esa parte le preocupa enormemente al gobernador de Jalisco y a los otros mandatarios en rebeldía, pero hay muchas preguntas más sobre esta orden pergaminada para que se haga la salud como en Finlandia.

La principal pregunta es con qué ojos. El Seguro popular no era una clínica o una red de médicos. Era, principalmente, un sistema de financiamiento. El Insabi es, principalmente, un pulpo coordinador de hospitales, medicinas y consultorios. Ambos sistemas tienen más o menos los mismos recursos, pero el primero contaba con una maquinaria de recuperación y aumento de la bolsa de pesos. El segundo aún no cuenta con algo así y amplía el gasto.

Esa es la enorme preocupación y no es menor. Ahí reside la debilidad del mandato. Hoy el engranaje sigue su lento y atorado funcionamiento, no es que el primero de enero haya cambiado mucho el mundo de la atención hospitalaria en México. No. Hoy siguen los médicos atendiendo, las clínicas recibiendo. Hoy no se nota ni que seamos Finlandia ni que hayamos colapsado, no gritemos de más.

Sin embargo, sí hay espacio para dudar sobre la irracionalidad del mandato. Hoy se avizoran problemas de financiamiento más que un rumbo consistente de política pública, y aunque el mundo da vueltas sin uno y los heterodoxos nos han mostrado que hay caminos imprevistos, el horizonte anuncia crisis. Me encantaría lo contrario, me encantaría leer en una década en una nueva edición de Freakonomics que sorprendentemente la universalización del acceso a la salud redujo los costos en salud en México.

Me encantaría, pero mientras tanto, yo también arrugo el ceño de preocupación, como Alfaro.

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