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Cómo destruir nuestro medio ambiente

Los seres humanos, obra máxima de la creación, nos suponemos inteligentes. Esto significa que somos capaces de pensar, controlar nuestras emociones, racionalizar nuestras percepciones, investigar para encontrar la razón de las cosas y que, finalmente liberados de nuestros problemas de subsistencia, podemos dedicar tiempo a explorar las respuestas a temas metafísicos, ontológicos y teleológicos: Dios, el Ser y el sentido de la vida, entre muchos. Paradójicamente, nosotros, dotados de cualidades maravillosas, somos los principales depredadores del ecosistema. Debieron transcurrir millones de años para que nuestra especie alcanzara los niveles de bienestar a los que aspiramos y, cuando parece que tenemos a la vista la solución para lograr la felicidad en un mundo en el que reinen la justicia, la equidad y la solidaridad, en una obvia contradicción, nos empeñamos en dañar nuestro hogar común.

“¡Ciudadanos del mundo: uníos contra el medio ambiente!”

A continuación, les comparto algunas sugerencias para continuar rompiendo la armonía y el equilibrio ecológico:

Primera. Sigamos contaminando mares, ríos, embalses, mantos freáticos y, en general, todos los acuíferos que nos dotan del vital líquido que, al fin y al cabo, solo el 60% de nuestro cuerpo es agua. Es, además, una buena idea, seguir vertiendo los desechos tóxicos provenientes de procesos industriales en los ríos Lerma y Santiago. ¿A poco no es hermoso el espectáculo de El Salto de Juanacatlán e inhalar sus fétidos olores? ¿O admirar cómo las espumas blanquecinas de las aguas negras del Santiago orlan su recorrido por la Barranca de Oblatos? También es conveniente seguir explotando, hasta su agotamiento, nuestros litorales, así, quienes los hereden, ya no los dañarán; muerto el perro, se acabó la rabia.

Segunda. ¿Qué decir de los pulmones de la ciudad, en especial del bosque de la Primavera, que cotidianamente es invadido por especuladores inmobiliarios? ¿O de los incendios forestales que periódicamente provocan manos criminales, produciendo enormes columnas de aire contaminado que ayudan, a no dudar, a mejorar la salud de niños, jóvenes, adultos y ancianos? Para solucionar este problema, propongo que se donen jardines, parques y áreas verdes a los pobres: así acabaremos con la codicia de los urbanizadores y le quitamos a las autoridades la monserga de su mantenimiento.

Tercera. Sigamos abonando a la polución del suelo y subsuelo producida por los rellenos sanitarios en la periferia de la zona metropolitana, esto ante una autoridad incapaz de poner en orden a una empresa concesionada que, un día sí y el otro también, se burla del gobierno. Yo, por mi parte, me comprometo a duplicar mi cuota de basura para que Guadalajara sea la ciudad más sucia de la República: ¡la Perla Tapatía se vería hermosa si diariamente arrojamos los desechos a la calle!

Y cuarta. Me parece pertinente que, comprometidos con preservar y mejorar nuestro entorno, sigamos corrompiendo el uso de nuestro lenguaje, hábitos y costumbres, que nos alejemos del orden jurídico, los valores familiares y cívicos, y que acabemos, de una vez por todas, con este farragoso mundo en el que nos tocó vivir.

Eugenio Ruiz Orozco

eugeruo@hotmail.com

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