Como Ulises
Desde los tiempos homéricos y posiblemente desde mucho antes, los helenos han tenido la vocación de navegantes y exploradores, fundadores de colonias y mercaderes de ultramar. Pero también la del regreso a su tierra, como Ulises; la antiquísima palabra nostalgia tiene precisamente ese significado: “nostos” es regreso y “algia” es dolor.
La diáspora griega está por sus dimensiones entre las más importantes del mundo, junto a la judía o la armenia, por razones a veces de conveniencia, pero en general debido a su larguísima y complicada historia. El escritor Teodoro Kallifatides es uno de los griegos de la diáspora que han regresado a Ítaca. Tras una larga vida en Suecia, volvió a su patria para constatar que tenía “otra vida por vivir”, que es el título que lleva uno de sus últimos libros (Otra vida por vivir, trad. de Selma Ancira, Madrid, Galaxia Gutenberg, 2019). Kallifatides nació en un pueblo de Laconia en 1938, pero su familia paterna procedía de la región del Ponto, en la costa del Mar Negro, de donde tuvieron que salir desterrados muchos griegos que por milenios vivieron ahí, en razón de las guerras entre Turquía y Grecia de la primera mitad del siglo XX.
La mayor parte de la obra de Kallifatides son novelas, ya sea policiacas o de otro género, aunque también ha escrito poesía, teatro y guiones de películas, pues su formación original es en el arte dramático. Pero lo notable es que todos esos libros los escribió en sueco, su idioma de adopción. Al parecer sólo hay traducciones castellanas de cuatro de ellos.
Otra vida por vivir no es novela, sino más bien una reflexión autobiográfica del autor que, a sus 75 años, se enfrenta de repente a la incapacidad de seguir escribiendo como lo ha hecho a lo largo de tantas décadas. Con una trayectoria literaria ya hecha, ese súbito bloqueo pone en tela de juicio toda su vida anterior: sus hábitos y sus hábitats, su visión del mundo y de sí mismo.
Kallifatides había emigrado a Suecia en 1964, en una época agitada para Grecia y en vísperas del golpe de estado de los coroneles en 1967. Muchos jóvenes tomaron por entonces el camino del exilio, voluntario o forzado, pues no eran raras las represiones de los movimientos estudiantiles y políticos en general. El escritor fundó una familia, se estableció plenamente en su nuevo país y, sobre todo, adoptó el sueco como idioma de expresión literaria.
Sin embargo, cuenta el autor que siempre se esmeró por mantener en uso y al día su lengua materna, algo que muchos trasterrados no logran hacer, y menos transmitir a sus hijos. Aunque ya desde el regreso a la democracia en Grecia pudo viajar sin cortapisas y ver a su familia, sabía y sentía que su vida estaba en otra parte.
El exilio interior de Kallifatides, como descubrirá al final de esta reflexión, es el alejamiento del idioma. El griego mismo, no un lugar concreto, es la llave de esa “otra vida por vivir” que comienza cuando, por primera vez en cincuenta años, escribe esta obrita, breve pero valiosa, en su propia lengua: la “lengua absuelta” que diría Canetti -otro hijo de la diáspora.