Claveles
En la ronda infantil que empieza “Hebritas, hebritas de oro” (es muy antigua, debe proceder de algún romance y tiene infinidad de variantes en toda la geografía hispánica) hay un verso que dice “lo que quiero es una rosa nacida junto a un clavel”. Es una tristeza cuando la gente no distingue las plantas, los árboles o las flores, ni siquiera los más comunes, así que muchos se quedan sin enterarse de gran cosa cuando los ven, o cuando oyen o (si es que) leen alguna referencia en el habla común o los textos literarios. Y del clavel hay infinidad de ellas en las letras castellanas.
Tal parece que la flor en su estado silvestre es originaria de la zona del Mediterráneo, aunque quizá no de todo el territorio, pues por ejemplo no se le menciona en la Biblia. En cambio, está bien documentada su existencia ya como flor cultivada en la Grecia clásica. El filósofo y botánico Teofrasto (ca. 371-287 a.C.) lo llama “díanthos”, que significa “flor de Zeus”, pues cuenta el mito que el dios principal del Olimpo tenía envidia de Hera porque se había apropiado del lirio como su flor particular, así que, según su costumbre, se enojó y lanzó a la tierra un contundente rayo, y entre el estruendo y el humo nació el clavel. Ese nombre antiguo se mantiene en la clasificación científica (latina) de la flor: Dianthus caryophyllus.
El nombre castellano del clavel, que se considera la flor nacional de España, probablemente viene de que su olor (desafortunadamente no todas las variedades que se consiguen hoy en día lo tienen) recuerda mucho el del clavo que se usa en la cocina, aunque esa especie no tiene parentesco alguno con la flor. Tal parece que en la Inglaterra isabelina, como el clavo, que se importaba de Asia, era muy caro, en su lugar se usaban claveles para aromatizar bebidas y conservas. Ya que los claveles tienen una larguísima historia como planta cultivada, se han multiplicado sus variedades: se dice que ya en 1629 se reconocían más de veinte, y ahora pasan de las doscientas.
En la literatura en lengua española de todas las épocas el clavel rivaliza con la rosa como la flor más socorrida. Más allá del sobadísimo tópico de los labios de la amada, van algunos ejemplos:
Caído se le ha un Clavel
hoy a la Aurora del seno...
Góngora, “Al nacimiento de Cristo, Nuestro Señor”
...guarniciones de claveles
sobre campos de esmeraldas...
Sor Juana, El divino Narciso
Al oro de tu frente unos claveles
veo matizar, cruentos, con heridas…
Quevedo, “A Flori, que tenía unos claveles entre el cabello rubio”
Nazcan en vos claveles y azucenas
al seco fin del sagitario frío,
Lope de Vega, “¡Ay, cuántas horas de contento llenas!”
¡Qué clavel enajenado
en los montones de trigo!
García Lorca, “Gacela del mercado matutino”
… flecha de claveles que propagan el fuego…
Pablo Neruda, “Soneto VII” (Cien sonetos de amor)