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Clasismo, migración y brutalidad policiaca

El asesinato de Victoria, la migrante salvadoreña, a manos de la Policía de Tulum es el resultado de acciones concretas de policías con nombre y apellido, pero sería un error obviar el contexto, tratarlo, como suelen decir los políticos en problemas, como un hecho aislado. No lo es. Este crimen es el resultado de una cultura de impunidad de profundas raíces, pero también de un contexto de clasismo, migración y brutalidad policiaca.

El asesinato fue en Tulum, una zona del Caribe mexicano que se ha distinguido por el desarrollo de “hoteles exclusivos” o lo que es lo mismo, un turismo de lujo con prácticas profundamente clasistas y racistas. No sólo existen barreras físicas, una pluma de control en plena carretera para que sólo ingresen a la zona quienes van a los hoteles, sino que en muchos de éstos sólo contratan personal de color blanco y de preferencia rubios y de ojos claros: la mayoría son migrantes argentinos. México es profundamente racista, pero en pocos lugares del país se respira el clasismo de Tulum.

El segundo elemento de contexto es la migración centroamericana y la criminalización de la migración. México es un país, por decirlo bonito, de discurso muy abierto y política muy cerrada. Mientras el Presidente López Obrador y el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, hablan a favor de los migrantes, en la práctica la única política pública en la frontera Sur ha sido la militarización. El silencio de la Comisión Nacional de Derechos Humanos y la negativa del gobierno a que se visiten los centros de detención de migrantes muestran que estamos lejos de ser el país de puertas abiertas que se pregona. Trump impuso el muro en la frontera Sur, y ahí sigue.

Indignarnos ya no basta. Lo vimos claramente con el caso de Giovanni, muerto en los separos de la Policía tras ser detenido en Ixtlahuacán de los Membrillos

La brutalidad policiaca es el pan nuestro de cada día, no sólo por la falta de capacitación de los elementos municipales, estatales y federales, sino porque en este país policía es sinónimo de fuerza bruta, no de inteligencia. Los intentos por profesionalizar los cuerpos policiacos son llamaradas de petate que no perduran, esfuerzos discontinuos atados a los vaivenes de la política que nos han hecho gastar mucho para estar peor.

Indignarnos ya no basta. Lo vimos claramente con el caso de Giovanni, muerto en los separos de la Policía tras ser detenido en Ixtlahuacán de los Membrillos hace casi un año. Detener y meter a los policías a la cárcel, tampoco. Reducir el hecho a un problema de seguridad, de policías buenos y policías malos, sólo asegurará su recurrencia. Tenemos que exigir políticas públicas de Estado que vayan más allá del gobierno en turno y que generen un cambio lento, paulatino, pero verdadero.

diego.petersen@informador.com.mx

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