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Chavira, salvador del ColJal

El reciente fallecimiento del gran jurisconsulto Jorge Humberto Chavira Martínez, como suele suceder y resulta natural, ha sacado a la luz una cauda de comentarios sobre los grandes méritos del finado.

He de decir que de algunos no me atrevo a opinar porqué desconozco la materia, pero respecto de la calidad y probidad de su trayectoria política no puedo resistir la tentación de ratificar con entusiasmo lo que se ha dicho y, de algún tema, tal vez hablar con mayor autoridad, simple y sencillamente por haberlo gozado en carne propia.

Primero he de decir que su traspaso me causó profundo dolor, tanto como el gusto que me producía cada vez que tenía la oportunidad de saludarlo y estar un rato con él. Creo poder asegurar que el afecto era mutuo…

Por ello quiero dejar constancia del hecho de que a él se le debe que El Colegio de Jalisco haya salido vivo de la debacle que siguió a las trágicas explosiones del 22 de abril de 1992.

A nadie escapó que la dicha institución estaba en la lona cuando tomé posesión de su presidencia el 11 de septiembre de 1991. Dado que llegué a él con un pequeño contingente con el que había formado un modesto Programa de Estudios Jaliscienses, respaldado por el INAH, la Universidad y el Gobierno del Estado, El Colegio agarró enseguida un tímido aire, pero estaba muy lejos de ser sólido cuando nos quedamos sin la casona (bastante incómoda e inoperante por cierto) del Patio de los Ángeles, en Analco, misma que hubo de cederse –como debía ser– para la atención de damnificados.

Nos concentramos entonces, como pudimos, en mi domicilio particular, pero el horizonte era negro obscuro. De hecho estaba contemplando la forma de abandonar el barco, ya de por sí debilucho y maltrecho, que por cierto se había pensado cerrar antes de aceptar el encargo, cuando Chavira me mandó llamar para plantearme hacer un hueco en la casona que Constancio Hernández permutó con el ayuntamiento a cambio de una residencia más pequeña y cómoda.

Obviamente acepté, soñando que disponer algún día de toda ella sería magnífico. En esa dirección empezó a trabajar El Colegio, generando un convenio que contemplaba que así fuera en la medida en que se dejaran sus respectivos espacios la oficialía de cultura y el archivo, pero la oposición de los regidores del PAN fue férrea. No nos querían ahí por su ancestral temor a la investigación y a la cultura.

Chavira dio una gran batalla. Finalmente nos pudimos instalar y, con el tiempo, fuimos disponiendo de toda la finca gracias a que dejó pavimentado el terreno y sus sucesores solo acataron lo acordado y escrito. Ahora es un edificio magnífico, gracias a obras que se hicieron después en mi administración y en la de Leal Sanabria. ¡Vayan y vean, si no me creen!

¡Gracias Maestro Chavira! 
 

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