"Chabelo", el fin de una época
En una crónica titulada “La vejez de ‘Chabelo’”, publicada en 2009 en la revista Soho, el escritor Fabrizio Mejía Madrid recuerda una frase genial de César Costa sobre el personaje: “Es como Fidel Velázquez —el líder que duró casi un siglo al frente de los obreros mexicanos—, es eterno”.
Xavier López “Chabelo” encarna el mito del hombre, en este caso “el niño”, que se hizo a sí mismo. Nació en 1935 en el Chicago de Al Capone. Su padre, amenazado por un gánster, regresó a México. Un “Chabelo” veinteañero comenzó vendiendo puros y cigarros en el Hipódromo de las Américas, un lugar que le cambió la vida –a veces sólo se necesita un poco de suerte y estar en el lugar preciso. Allí conoció al productor de telenovelas Luis de Llano Palmer, quien lo invitó a trabajar como chalán en los estudios de Televicentro.
Un patrocinio de Pepsicola y el programa “La media hora con ‘Chabelo’” al lado del “Tío Gamboín” marcaron el ascenso de su carrera. Abandonó sus estudios de Medicina y consolidó su personaje. Trabajó con “Tintán” y “Cantinflas”. En La Carabina de Ambrosio interpretó a Pujitos, un muñeco de ventrílocuo, y a “Guillo el Monaguillo”, y durante 48 años condujo “En familia con ‘Chabelo’” los domingos –Verónica Castro fue su edecán.
Con “Chabelo”, el momento más importante del juego era la catafixia. El jugador elegía su camino a ciegas, solemne y trágico o glorioso y compensador: una patada del destino o un empujón al paraíso. Una metáfora de la vida nacional a partir de los años 70 en donde el país vivió entre el milagro del “desarrollo estabilizador” y las crisis económicas posteriores. Por esos años, el “lástima, Margarito” de Víctor Trujillo en Imevisión respondía con humor e ironía a la imposibilidad del juego ganador del adulto que “Chabelo” sacralizaba en el niño.
En un golpe de suerte perdías o ganabas todo en una catafixia –vocablo que, a diferencia de lo que afirmaron cientos de notas este sábado, la RAE no incluyó en su lista sino en el Diccionario de Mexicanismos porque jamás trascendió nuestras fronteras.
El señor Aguilera, el mago Sonrics, los muebles Troncoso, los zapatitos Bubble Gummers, las avalanchas Apache. La publicidad orgánica se mezclaba con el azar del juego y la diversión en familia. Nosotros éramos los “cuates de provincia”, un mito resquebrajado pero vivo hasta hoy.
La muerte de “Chabelo” simboliza una época ahora diluida en las redes y la fragmentación digital: la del Cuarto Poder de Televisa, el sempiterno PRI y la familia tradicional como sustrato del México posrevolucionario e ideal.
Lo melodramático, agradecer casi hasta las lágrimas a un colaborador o llorar porque un “cuatito” enfermó, y la solemnidad ceremoniosa y sentimental, forman parte del código de comportamiento e idiosincrasia de una generación de mexicanos.
“Siempre en Domingo” fue para los adultos lo que “En familia con ‘Chabelo’” para los niños: un México de adultos infantilizados en donde el único mérito y talento de cada astro televisivo fue que no teníamos otra alternativa.
“Chabelo” ya no sería posible hoy, en la época del matrimonio igualitario y los nuevos paradigmas familiares, la crisis no sólo del PRI sino del sistema de partidos y el poder mediático diluido por las redes y los oligopolios digitales globales. Por eso su partida atrae una multitud de fantasmas nostálgicos del México de otra época.
Como dice Fernando Pessoa: todo tiempo pasado siempre fue mejor. No porque realmente lo fuera sino porque ya pasó.
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Jonathan Lomelí