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Catrinas y ataúdes: el primer gran error de Guadalajara

La nueva e histórica administración de Guadalajara (la primera que es presidida por una mujer electa) inició con el pie izquierdo. Los funcionarios no han cobrado ni su segunda quincena y ya se han visto obligados a hacer frente a su primer error. Uno garrafal.

Sin el mínimo de tacto, la directora de Turismo, María del Refugio Plascencia Pérez, y el de Cultura, Carlos González Martínez, se atrevieron a convocar una rueda de prensa para dar a conocer los pormenores de un festival por el Día de Muertos que incluye catrinas y ataúdes… ¡En la Glorieta de Las y Los Desaparecidos! Un espacio que los ciudadanos convirtieron en núcleo de denuncia y visibilización de una tragedia real que afecta a miles de familias.

Desde hace años, la rebautizada glorieta que se ubica en el cruce de las avenidas Chapultepec y Niños Héroes, hace evidente la tragedia de un Jalisco que es líder en desapariciones. Y la escasa agudeza de los funcionarios municipales iba a trivializar, e incluso a mofarse, del sufrimiento de personas que viven un duelo permanente.

La “atracción”, que, según el nuevo Ayuntamiento, lleva “varios años realizándose”, consistía en llenar de catrinas el sitio e incluso colocar ataúdes para que quienes quisieran tomarse una foto entraran en ellos y, cómo no, compartirlas en sus redes sociales.

Esta incoherencia simbólica, que el Gobierno municipal dejó en manos de “los organizadores”, evidencia que hay una desconexión entre las realidades y la agenda cultural. Implica que hay funcionarias y funcionarios que van por la vida sin abrir un periódico o escuchar las noticias. Que el contexto social y el ocio se cuecen aparte. Y no.

La ex Glorieta de los Niños Héroes; hoy de Las y Los Desaparecidos, ha sido resignificada por la sociedad tapatía como un espacio de lucha y memoria a las miles de personas desaparecidas que hay en el estado. Es un símbolo de dolor y resistencia frente a una de las crisis más graves que enfrentan Jalisco y México.

Por un lado, las autoridades y los organizadores (quienes sean) buscan generar derrama económica aprovechando el “legado” del agente James Bond cuando, en una de sus más recientes películas, caminó por un ficticio carnaval repleto de catrinas en el Zócalo de la Ciudad de México. Y está bien: que la diversión y el dinero fluyan no hace mal a nadie. Al contrario.

Pero si has presumido que le cambiaste la vida al Centro de Guadalajara con el Paseo Alcalde, que le invertiste casi mil millones de pesos al Parque de la Solidaridad (hoy Luis Quintanar), existe el Ávila Camacho o hasta pagaste pauta para convencer a tus gobernados que reviviste el Río Santiago, ¿por qué no tener un gramo de madre y pensar en alternativas que no desdibujen una de las causas más nobles como buscar a quienes ya no están?

Las catrinas son un símbolo de la muerte en nuestra cultura y su significado es ambivalente: festeja y respeta a nuestros muertos, pero llevarlas como atracción a una zona que exige justicia al Estado Mexicano con cientos de lonas y fichas de búsqueda magnifica la incongruencia y evidencia la torpeza de las y los funcionarios tapatíos.

Por las tragedias que registra un día sí, y otro también, Guadalajara es tierra de muerte. Y justo por eso hay un gigantesco error de cálculo al tratar de transformar temporalmente una glorieta con tanto símbolo en un parque de entretenimiento. La falta de respeto hacia el dolor colectivo de quienes han perdido a un familiar y viven en la indeterminación de si éste se encuentra vivo o muerto no vale un solo peso de derrama.

Guadalajara, Jalisco y México ya son un río de sangre y un escenario de dolor. El Ayuntamiento hizo bien en virar el timón y reconsiderar la ruta, pero queda como reflexión la disonancia emocional y simbólica de reunir el consumo visual y el espectáculo con la peor de las crisis que heredó la guerra contra el narco: la de las desapariciones.

isaac.deloza@informador.com.mx

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