Ideas

Casi una elegía

Variaciones a un tema ya clásico, luego del homicidio del director de Seguimiento de Procesos de la Fiscalía de Jalisco: ¿por qué asesinaron a Jaime Navarro Hernández? ¿Por qué no? Es terrible, pero los criminales que le quitaron la vida a él y a las ciento noventa víctimas de homicidio doloso en julio y a las ciento cincuenta y cuatro en agosto y a las ciento cuarenta y dos en septiembre están ciertos de que si ¿desean? ¿necesitan? ¿les piden? ¿les urge? ¿se les antoja? ¿les conviene? matar a alguien, su duda -si acaso dudan- no tiene que ver con el temor a la consigna de las películas viejas: el que la hace la paga, sino con la pregunta coloquial que cualquiera se plantea ante la disyuntiva de hacer o no algo que no es rutinario: oiga, compadre, o comadre, nunca he ido a la Fiestas de Octubre… ¿vamos? ¿Por qué no? Pregunta esta última que lleva implícita otra: ¿qué puede pasar? Lo peor, que nos aburramos, y de todos modos no pasa nada. (Por ir a las Fiestas de Octubre o por liquidar a un ser humano).

Sumadas las cifras ya mencionadas de homicidio doloso de tres meses, son 486 víctimas (de acuerdo con la Plataforma de Seguridad que Jalisco Cómo Vamos lleva junto con el IIEG, con información de la Fiscalía), adicionemos una de octubre, muy significativa: el funcionario de la Fiscalía, Jaime, Jimmy como le decían sus amigos y allegados, Navarro. De esas víctimas sabemos que llegaron a esa condición después de que los asesinos, salidos de quién sabe dónde, los ejecutaron y se dieron a la fuga, quién sabe por cual rumbo. Sabemos a donde van a parar esas víctimas: a los servicios forenses, a capillas de velación, y desde ahí ocupan varios espacios subjetivos: el dolor de quienes los querían, el de las notas de los medios de comunicación, el de la estadística de las autoridades. Salvo algunas excepciones, lo que fueron sus vidas queda reducido, para la opinión pública, a las publicadas circunstancias de su muerte, a obituarios, a combustible para elevar la percepción de inseguridad. Frente al alud de violencias que tenemos encima, cuando la empatía aparece, lo hace efímeramente, pulsión de la que hay desembarazarse, casi deshumanizados, para no quedar ateridos, desvalidos en un ambiente que reclama atención individualizada.

Por esto llamamos “significativo” el crimen del director Navarro Hernández (como ha habido otros, por ejemplo, el de un industrial tequilero hace unos meses); como se escribía en las crónicas de antaño: causó conmoción en la sociedad, porque iba sin protección; porque sus colegas, muchas y muchos en el medio periodístico que trataron con él, voces relevantes de la sociedad civil que lo conocieron, el gobernador y el fiscal volcaron elogios hacia su persona, a los conocimientos que compartía con generosidad y hacia su trabajo. ¿Sólo cuándo alguien como “Jimmy” muere de esa manera podemos conocer a los buenos servidores públicos, de los que estamos urgidos? De entrada, que nos enteremos de uno, invita a suponer que no todo está perdido; aunque, si la Fiscalía y las policías, la estatal y las municipales, así como parece apreciaban a “Jimmy”, en la misma medida no les importó dejarlo a su suerte ¿qué tanto les preocupa cuidar a personas que ni siquiera conocen? Digamos, a los ciudadanos. Esta interrogante no se responde con el subibaja de las estadísticas, útil nomás para que el gobernador o la presidenta afirmen: vamos bien, aún falta, pero vamos bien. Por esto la gente propende a aclimatarse: eleva su sensación de inseguridad, su desconfiar de los gobernantes y de quienes la rodean, y amplía una certeza: el juego de la sobrevivencia se llama sálvese quien pueda, pues los que matan, matan a quien sea y quizá antes de hacerlo se contentan con alzar los hombros, al tiempo que, sin esperar contestación, se dicen: ¿por qué no? O sea, ¿qué puede pasar?

Tenemos medianamente claro a dónde van a dar los cadáveres; también a dónde va a dar la sociedad: da tumbos desconcertada y así desgarra la trama que la naturaliza como sociedad, red de sentido comunitario, red de protección, red para edificar futuro; asimismo, sabemos a dónde va a dar la responsabilidad de las autoridades, ¿es necesario describir ese rincón tapizado de estadística? Pero, y los criminales y los sicarios y los que están detrás de ellos, ¿a dónde van a dar después de que sus actos engrosan la cuenta de difuntos? ¿Se juntan para felicitarse por el éxito de su misión? ¿Se ríen? Primero, nerviosamente por la adrenalina que recorre su cuerpo, luego con placer por su puntería y por la posibilidad de que vengan más comisiones. ¿Siguen sus vidas, en familia, en sus colonias? ¿Consideran que asesinar es una chamba como pudieron embarcarse en otra? Como en las novelas policiacas, ¿se esconden un tiempo mientras las cosas se enfrían? Quizá su percepción es que, en términos policiacos, las cosas nunca se calientan -por la impunidad que calculan y usan como herramienta de trabajo-, si acaso han de intuir que se caldean mediáticamente y que ese calor, para los asesinos y los autores intelectuales, es una clase de reconocimiento a su pericia.

Reafirmemos, sabemos a dónde van a dar los cadáveres. Sabemos que la sensación de peligro crece cuando hay cadáveres por doquier. Sabemos a dónde va a dar la reacción de las autoridades cuando hay un cuerpo sin vida que apunta hacia ellas. Pero saber esto, ¿de qué sirve? ¿Para estar preparados para los jimmys y los anónimos asesinados por venir? ¿Hay alguien que sabiendo lo anterior se aliste para corregir, prevenir, solucionar, castigar, reparar los daños y garantizar que no siga sucediendo?

Sin dar la sospechada respuesta, aviso: el siguiente domingo no aparecerá mi colaboración. Nos encontramos el domingo 27 de octubre.

agustino20@gmail.com

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