Casas desocupadas
El esfuerzo exigido para construir una casa es enorme. Tan grande, que en esa inversión se verán destinados gran parte de los haberes y las ganancias de cualquier familia. En el caso de la vivienda popular este aspecto se agudiza. La población de bajos ingresos requiere de mayores empeños para lograr encontrar una vivienda a sus alcances.
Una compleja maquinaria financiera se echa a andar en la que rige una ecuación invariable: los márgenes de ganancia deben ser intocados. Diversas variables pueden entrar en juego, sin embargo, la seguridad de la inversión es inalterable. Tipologías arquitectónicas, contexto urbano, servicios e infraestructuras, conectividad, suelo utilizado: otros tantos elementos que pueden “ajustarse”. El problema es que los aspectos mencionados de cualquier desarrollo de vivienda tienden a ser sacrificados en favor de la funcionalidad financiera de todo el esquema. Como consecuencia, la calidad de vida general en la mayoría de los nuevos desarrollos decrece, con frecuencia hasta lo intolerable.
En este contexto, es comprensible observar cómo miles y miles de viviendas populares permanecen desocupadas a pesar de su hipotética habitabilidad. Son otras tantas pruebas fehacientes del agotamiento del sistema actual de producción de vivienda económica, y de su ecuación. Entre los demás aspectos, resalta una causa de este fenómeno: la muy deficiente conectividad de los conjuntos habitacionales. Al ser el precio del suelo una determinante básica para lograr los costos dictados por la ecuación financiera, se desató, irreflexiva e irresponsablemente, la adquisición de tierras lejanas a cualquier zona con servicios para edificar en ellas viviendas con un alto grado de precariedad. Es esta una manera más que evidente de lograr que lo barato salga caro, en todos los sentidos. Y, por supuesto, quien paga es el usuario.
El solo hecho de la falta de adecuada conectividad repercute en la multiplicación de los tiempos y costos de traslados para la población, y eventualmente en el abandono de la vivienda por la imposibilidad de ajustar a los habitantes a ese ritmo de vida. Además, los conjuntos se convierten en “desarrollos dormitorio” de los que está ausente una mínima vida en comunidad.
La enorme carga social de las miles de viviendas desocupadas deja muchas lecciones, y una tarea central. Volver esos conjuntos parcial o totalmente abandonados en comunidades vivas y actuantes, capaces de desarrollar todos los elementos para una real habitabilidad. Es preciso re conceptualizar cada uno de estos enclaves y encontrar la fórmula y los métodos para que su funcionamiento cotidiano vaya acercándose a lo idóneo. Desde adaptar las casas para lograr mejores tipologías de vivienda, dotar de espacios adecuados para usos mixtos barriales, poner especial énfasis en los espacios públicos para que realmente sean ámbitos de encuentro y convivencia. Y asegurar la esencial conectividad. Es una ardua, y central tarea.
jpalomar@informador.com.mx