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Carlos Slim dio lugar a López Obrador

La inestabilidad política mexicana era de esperarse. La historia nos dice que, cuando en una comunidad política existe una oligarquía, lo que necesariamente sigue es una demagogia. Eso es precisamente lo que ocurrió en México, y el demagogo fue incapaz de resolver –como era de esperarse– los problemas que dieron origen a su llegada al poder.

El capitalismo tiende a la oligarquía. La desigualdad fue una preocupación del padre de la economía, Adam Smith, ya en el siglo
dieciséis: “Donde hay gran propiedad hay gran desigualdad... la riqueza de unos pocos supone la indigencia de muchos. La riqueza de los ricos excita la indignación de los pobres...”, escribió. Resulta claro que en México vivimos en una oligarquía, donde existe un “grupo reducido de personas que tienen poder e influencia en un determinado sector social, económico y político”, de acuerdo a la Real Academia Española. La riqueza conjunta de Carlos Slim y Germán Larrea representa alrededor del 70% de toda la riqueza privada del país. También representa la riqueza de la mitad más pobre de América Latina y el Caribe:
aproximadamente 334 millones de personas (Oxfam México).

La democracia tiende a la demagogia. Desde la antigüedad griega la mutación de la democracia causó inquietud, declarando Aristóteles que la demagogia era “la forma corrupta o degenerada de la democracia”.

López Obrador dijo mentiras en cascada, y afirmó que el pueblo es bueno y sabio; el demagogo es un “mentiroso” y un “adulador del pueblo”. Si el presidente firmó decretos ilegales queriendo derogar leyes, los demagogos creen que “los decretos son soberanos y no la ley”. Ha calumniado asimismo a los pudientes del país para doblegarlos; los demagogos, “denunciando falsamente a los que tienen riquezas, los incitan a aliarse”, ganándose “la confianza calumniando a los notables”.

López Obrador cree que el Poder Judicial debe estar sometido a las mayorías legislativas morenistas, mientras que los demagogos “llegan al extremo de hacer al pueblo soberano incluso de las leyes”. El presidente implementó programas sociales sin estimular el crecimiento económico, aumentar la productividad y hacerlos fiscalmente sostenibles; los demagogos “reparten lo sobrante, y el pueblo, el mismo que recibe, ya tiene otra vez las mismas necesidades, pues este tipo de ayuda a los pobres es como el tonel agujereado”.

Denme el poder y los pondré en su lugar, dice el demagogo. Pero nada resulta más alejado de la realidad. Durante el sexenio lópezobradorista los cinco hombres más ricos del país duplicaron su fortuna, en alrededor de 226.6% (La Jornada). La pobreza disminuyó, pero la pobreza extrema, y el rezago en salud y educación, aumentaron. Si el presidente realmente hubiese sido serio con el reparto del pastel, habría aumentado la recaudación fiscal. Lo hizo en tan solo 1.6% del PIB, en un país que recauda raquíticamente. No le entró. Solo repartió ahorros. Y ahora se va.

Quien tiene los dones para invertir la realidad se retira del poder formalmente. El cuento chino ya no durará mucho más.

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