Ideas

Cambiando nosotros, cambiaremos el futuro

Perogrullo diría que la realidad es lo que es. Sin embargo, hemos de convenir que ésta se modifica a partir de la percepción que cada uno tiene de su entorno. Sir Walter Raleigh –destacado escritor inglés del siglo XIX–, presenció y relató una reyerta en las calles de Londres. Por coincidencia, una versión diametralmente opuesta del mismo suceso fue referida en uno de los diarios locales. Raleigh, irritado, destruyó sus escritos y expresó que la verdad no existe. Cuando lo que sucede es que hay tantas versiones de ella como interpretaciones de la realidad: la mía, la tuya, la nuestra y la de ellos, todas influidas por la época, ideologías, creencias y condición social, entre muchos otros factores.

De nuestra realidad, hay mucho que nos desagrada y con lo que estamos en desacuerdo. Sin embargo, poco o nada hacemos para modificarlo. Nos dejamos llevar por la inercia del tiempo y de las circunstancias. No somos una sociedad formada en el análisis, la discusión ni la propuesta. Por el contrario, somos fantasiosos y aún creemos en los milagros. Nuestras opiniones reflejan más un estado de ánimo que una reflexión soportada en la observación y la crítica objetiva. Frecuentemente, buscamos a quién culpar de nuestras desgracias y, casi siempre, nuestros dardos se dirigen a los políticos; raramente se pondera el papel de empresas y empresarios, líderes religiosos, sindicales, universitarios, organizaciones intermedias y, con dificultad, nos colocamos nosotros mismos frente al espejo con afán de revisarnos y actuar en consecuencia.

Los mexicanos debemos cambiar. Roger Bartra, en una magnífica compilación titulada Anatomía del mexicano, nos comparte la visión de una buena cantidad de estudiosos acerca de nuestra personalidad. El comentario viene al caso porque el cambio requerido exige acuerdos y a los mexicanos no nos gusta dialogar. No platicamos, somos evasivos y con frecuencia tratamos de imponer nuestra opinión. Tenemos, además, un temor reverencial a la autoridad, cualquiera que esta sea, llámese Gobierno, banquero, comerciante, sacerdote, maestro o policía, y somos proclives a la trampa. Para construir una realidad diferente, debemos modificar nuestra actitud y pasar del “ahí se va”, “el de atrás que arree” y la banalización de la vida, a la reflexión, el compromiso y la proactividad. Si los funcionarios gobiernan deficientemente, tenemos el derecho de substituirlos. Si empresarios o comerciantes abusan de los consumidores, debemos denunciarlos y a quienes dañen la convivencia que exige la civilidad, hay que señalarlos. No podemos seguir exculpándonos con el “a mí no me toca”.

Si queremos una sociedad mejor, es inevitable cambiar y todo cambio implica riesgos, salir de nuestra zona de confort y estar en disposición de enfrentar costos e imprevistos. No se trata de que alguien nos diga qué hacer, sino de poner a funcionar nuestras células grises y, con una emoción tan grande como el amor que sentimos por México, convertirnos en promotores de la libertad, la justicia y el progreso. Nosotros tenemos que acabar con la corrupción. Nadie más desterrará a las lacras de las que nos quejamos. Asumámoslo: ¡nosotros somos los motores del cambio!

Eugenio Ruiz Orozco

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