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Calderón: ni perdón ni olvido

Felipe Calderón Hinojosa publicó las memorias políticas de su sexenio en 2014. Las tituló “Los retos que enfrentamos”. En ese volumen, de 344 páginas, la cantidad de veces que el michoacano menciona las graves denuncias por derechos humanos ocurridas entre 2006 y 2012 es cero. Cero veces.

En aquel libro, Calderón no se atrevió a revisar su gestión de forma tal que el lector de tales memorias tuviera nuevos elementos para juzgar el quehacer del michoacano en la Presidencia de la República. El libro fue un desperdicio en toda forma. Quizá era demasiado pronto para contar la neta de muchas cosas. Quizá publicó esa alegoría sin vértebras porque le urgía mendigar algo del relumbrón de Peña Nieto y su Pacto por México, que supuestamente nos llevarían al infinito, y más allá. Quizá simplemente no sabía para qué publicaba esa retahíla de lugares comunes propios de, como reporté por entonces para Letras Libres, un mal informe de gobierno.

Cinco años después algunas memorias valiosas de Felipe Calderón como presidente no sólo no han llegado, sino que parecen alejarse sin remedio.

En su búsqueda por volverse de nuevo un actor notorio, cosa en la que le ayuda el Presidente López Obrador a quien le urgen sparrings, Calderón recorre el país y las redes sociales proclamando netas sobre el buen Gobierno, aseveraciones que viniendo de él no iban a resistir la prueba del contraste con el pasado, como ha ocurrido en estas horas.

Mañana, Felipe Calderón tiene programada una visita al Tec de Monterrey, escenario de uno de los momentos más tristes de la guerra antinarco, y de uno de los peores ejemplos de cómo no enfrentar una crisis de Gobierno en la que sus políticas provocaron no sólo la muerte de dos estudiantes de excelencia (Jorge Mercado y Javier Arredondo), sino el sufrimiento por años de las familias de estos, estigmatizados como delincuentes que “iban armados hasta los dientes”.

Felipe Calderón tiene programada una visita al Tec de Monterrey, escenario de uno de los momentos más tristes de la guerra antinarco

Alberto Arnaut Estrada conocía a una de las víctimas. Son del mismo pueblo: Todos Santos en Baja California Sur. Indignado por la criminalización que el Ejército Mexicano y el Gobierno de Calderón hicieron de su amigo Javier, y de Jorge, Arnaut dedicaría varios años a realizar el documental “Hasta los dientes”, estrenado hace año y medio y que zanjó de una vez por todas la manera cruel en que Jorge y Javier fueron ejecutados extrajudicialmente por soldados en los peores días de la guerra calderonista en Nuevo León.

Ver el documental deja una conclusión ineludible: Calderón debió calcular los alcances de sacar al Ejército a la calle, pues la muerte de Jorge y Javier, y miles más, están ligadas a la decisión del michoacano. Y debió, sobre todo, castigar con prontitud y contundencia a aquellas fuerzas del orden que se extralimitaran en sus funciones, como en el caso de esos estudiantes.

Los hechos, recuerda Arnaut, ocurrieron la noche del jueves a viernes del 19 de marzo de 2010. En pocas horas, el Ejército sabía que la había jodido: los estudiantes tenían sus credenciales y las huellas de que no había sido una confusión eran claras: los disparos se hicieron a una distancia mínima, esa que inevitablemente deja rastros de pólvora en los cuerpos.

“Realmente en ese momento el Ejército debió haber reconocido que mató a sangre fría”, me dijo Arnaut vía telefónica. En cambio, el proceso a los militares involucrados tardaría en comenzar muchos años. Y al principio sólo fue por el delito de modificación de la escena del crimen, no por el asesinato. Algo parecido a la justicia tardaría en llegar casi nueve años, acabado el sexenio de Felipe.

Calderón pretende visitar el Tec de Monterrey y dar ahí una conferencia. Pretende hacerlo sin pedir perdón por la guerra que desató, sin pedir perdón por haber manchado la memoria de Jorge y Javier.

Calderón debiera volver al escritorio. Escribir unas nuevas memorias. Unas que pongan en la primera persona al ellos de las víctimas. Y que trate de explicarles a los muertos, y a las familias de los muertos, por qué pensaba que lo que hizo estaba bien, pero más todavía porque cuando se equivocaba no podía corregir pronto, aceptar que ni en Salvárcar los niños eran delincuentes, ni en el Tec Jorge y Javier debieron morir y menos ser injuriados por las autoridades, que les pusieron rifles en las manos y mancharon su buen nombre.

Mientras no haga eso, difícil que pise el Tec, y cualquier espacio de libre pensamiento. No verá ni perdón ni olvido.  

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