Breves lecciones de resistencia
El martes pasado por azares del destino tuve que pasar unas horas haciendo diligencias menores en el Centro Vehicular de Devolución Inmediata que forma parte de la estructura de la Fiscalía General del Estado de Jalisco.
Al averiguar dónde se ubicaba tal dependencia, vi que era vecina de la Semefo (ahora Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses) y sin opción a pasar de largo por aquel lugar, me hice a la idea con la mejor actitud posible frente a lo que a mí me representa.
Y es que hace muchos años que las terroríficas historias de lo que ha sucedido en torno a ese “lugar” me producen ansiedad, náuseas y sabor a centavo en la boca. Cuando llegué al CVDI, de la manera más amable fui invitada por el policía que resguardaba la entrada de tal dependencia, a estacionar mi automóvil en el espacio dedicado justo a eso en la para mí emblemática y escalofriante Semefo o en las calles circundantes.
Hice un cálculo de pocos segundos en los que pensé, aquí viene la gente a tramitar la recuperación de su coche robado, seguramente si lo estaciono cerca, no serían tan tontos -los que se los roban- de hacerlo en su propia cara. Pero como siempre cabe de duda de lo que pueda o no suceder en materia de inseguridad en este país, no me arriesgué y fui directo al estacionamiento “seguro”.
Yendo hacia allí, me di cuenta que había mientras buscaba espacio, un grupo de mujeres y algunos hombres instalados en el parque contiguo. Parecen madres esperando noticias, pensé. Y no me equivoqué. En ese parque, en pleno 14 de febrero, día inconfundible en el que se festeja el amor y la amistad, fui testigo de que ambas, el amor y la amistad son la gasolina que nos permite resistir a la herida más profunda y abierta de este país: las personas desaparecidas.
Mientras me acercaba poco a poco al grupo de gente, me topé con lo que después descubrí que sería una cancha de usos múltiples. Dí de manera parsimoniosa y absolutamente impactada un par de vueltas al rectángulo inerte de vida deportiva pero tapizado de lonas en cuyas imágenes, familiares de las víctimas (víctimas también) claman auxilio.
En las lonas, donde no cabe una fotografía más, hay jóvenes de gesto amable e incluso sonriendo como suspendidos en el tiempo, en un tiempo que corre distinto, todos hijos, primos, nietos, amigos de alguien.
En la cancha del Semefo no han quitado las lonas como sí lo hicieron recientemente del tótem de la marca ciudad “Guadalajara, Guadalajara” en Plaza de la Liberación. En todo caso, las lonas personales y compartidas y letreros que poste a poste son colocados por toda la ciudad son evidentes reclamos vivos de jóvenes desaparecidos o mujeres asesinadas y nos recuerdan que el control que tiene el Gobierno -federal, estatal y municipal- sobre esta particular situación no sólo está perdido sino que yo francamente no veo la mínima intención institucional que no sea el de aprender a acompañar a los cientos de miles de familiares rotos sin ningún tipo de explicación sobre el paradero de sus seres amados.
Por ahí después de recorrer afuera de aquellas siniestras instalaciones donde se alberga la opaca muerte y al ver aquellas mantas tratando de memorizar rostros “por si algo”, escucho algunas risas y camaradería entre algunas madres y miradas perdidas de otras buscando a su familiar en el horizonte o encontrándolos en sus recuerdos.
Entre todo, sin poder dejar de llorar absolutamente conmovida y abrumada no me atrevo a abrazarlas, no me atrevo siquiera a decirles lo mucho que a mí como madre, como persona, también me duele su pérdida, lo mucho que a Alicia o a Laura como a todas las demás, les rompe el corazón no saber de su hijo y pienso, amar es resistir a la desesperanza y a la incertidumbre.
Amar es seguir y seguir y seguir buscando, porque la esperanza de encontrar lo que sea que nos tenga la vida preparada, nos pertenece a todos y no sólo a los que tienen fe. La resistencia de este país vive de pie en las familias de las víctimas -repito- víctimas también de un sistema corrupto y fallido, al que le es muy importante proveernos de espectáculos y festejos vanos como si estuvieran los tiempos para eso. Un poco de compasión, un poco de prudencia, un poco de oficio no estaría demás, carajo.
Pasó el día y sin poder pensar en otra cosa -con las imágenes agolpadas en mi memoria- trato de encontrar en una Guadalajara sin luz pequeñas cosas que me hagan sentir mejor, y siento sin ánimo en mi escaso apetito, que no se me antoja ni una jericalla.
argeliagf@informador.com.mx• @argelinapanyvina