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Breaking la vida

Hay historias que no salen en las portadas de los diarios pero que, con suerte, el cine se encarga de hacerles justicia. Es el caso de Kastro y su hermano Kastrito, Migue, Max Steel, Chiki y Ojitos, seis B-boys o bailarines de breakdance en Guadalajara.

Nunca he hablado con ellos, pero diría que los conozco y seguro que hace años, igual que muchos de ustedes, los vi bailar en Avenida Chapultepec (¿se acuerdan que alguna vez fue un corredor cultural?).

Los seis jóvenes provienen de distintas clases sociales. Migue trabaja como mesero y vive en la periferia (su calle ni siquiera está pavimentada); Ojitos es nieto de Alejandro Zohn, el famoso arquitecto que construyó el mercado San Juan de Dios, y se graduó de arquitecto en el Iteso. Kastrito no salió en listas de la UdeG, pero superó una lesión en la rodilla gracias a una colecta de sus amigos.

Los une el breakdance, un baile de origen callejero y acrobático proveniente de la cultura del hip hop. Su práctica requiere disciplina y la condición propia de un atleta de alto rendimiento.

El documental “Breaking la vida” (2022) filmado a lo largo de ocho años por el director Abraham Escobedo-Salas es un relato coral de la historia de estos seis amigos llamados los Holookunz.

En el largometraje cada uno vive un momento distinto de su juventud y un proceso de transformación. Experimentan desde la paternidad, el amor romántico, la búsqueda de una identidad y la definición ante su futuro profesional hasta las disputas familiares y la entrega de su vida al arte que les apasiona.

Vi el filme en el Cine Mayahuel (San Felipe 726, centro de Guadalajara), un pequeño foro de cine independiente local, nacional e internacional. Muchas veces, al término de la función, está el director o algún actor que conversa con el público.

Abraham, el director, contó que intentó contar una historia en donde los individuos forman parte inseparable de una comunidad. Somos el producto de nuestro entorno. Nadie crece de manera aislada.

En el filme, durante una discusión del grupo (pierden todos los concursos a los que asisten), Kastrito resume magistralmente este sentido de colectividad:

“Y escuchen, el crew nunca se va a terminar, y ni se quejen de mí porque yo soy un experimento de toda la bola de ustedes, así es que cuando se quejan de mí es quejarse de ustedes mismos”.

Salí pensativo del cine. La vitalidad rítmica de estos muchachos me pareció esperanzadora.

En Jalisco, la mitad de los más de 15 mil 288 desaparecidos tienen menos de 30 años. El año pasado, entre dos y tres jóvenes fueron asesinados diariamente. Esa es la ciudad en la que suelo fijarme.

Sin embargo, en Guadalajara también hay jóvenes que no están desapareciendo. Que no han sido arrinconados por una criminalidad sin salida. Que no son el retrato mediatizado de una sociedad que sacrifica su futuro. Esa otra ciudad, reflexioné, no suele aparecer en los noticieros estelares y las páginas principales de los diarios. Pero, por fortuna, está el cine.

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