Bañar puercos
Por lo menos hasta ahora -a propósito de la promesa de “dignificar” y aun de “transformar” la Plaza de Los Mariachis, de uno de los candidatos a la presidencia municipal de Guadalajara-, tanto las intentonas como las inversiones de fondos públicos y de particulares, orientadas a revertir la degradación y el abandono de uno de los que fueran lugares emblemáticos de la otrora Perla de Occidente, han resultado, lastimosamente, fallidas.
-II-
Por supuesto, el discurso -ahora promesa de campaña- dista mucho de ser novedoso. Animada, muy probablemente, por plausibles intenciones económicas y sociales, la propuesta de revitalizar o dignificar antiguos símbolos de la ciudad, que alguna vez fueron timbre de orgullo para sus habitantes pero al paso del tiempo han venido sensiblemente a menos, abarca muchos espacios: la zona peatonal del Centro Histórico; el Parque Morelos y las varias manzanas de viviendas aledañas que fueron demolidas supuestamente para construir las Villas para los Juegos Panamericanos del 2011; el Mercado Libertad, que alguna vez fue -como los de Oaxaca o Guanajuato, por ejemplo- atractivo tanto para lugareños como para turistas…
Las ciudades, por su propia naturaleza, son dinámicas. Evolucionan de conformidad con su crecimiento demográfico, con la evolución de las sociedades y con las cambiantes necesidades de sus moradores. Es probable que cuando apareció en escena, hace más de un siglo, la Plaza de Los Mariachis tuviera una ubicación idónea y un entorno decoroso. Desde hace muchos años, empero, la zona ha merecido calificativos adversos: insalubre e insegura, principalmente.
-III-
Aunque los grupos de mariachi han buscado -permítase la analogía- otros árboles para hacer sus nidos, ninguno ha arraigado en el ánimo de sus potenciales parroquianos. Lo han intentado, con resultados desiguales, por no decir pobres, en la cabecera municipal de Zapopan o a inmediaciones de Plaza del Sol, donde hay varias cenadurías y tanto la presencia de los mariacheros como de sus clientes resultan tolerables para los vecinos. Pero en su asiento original, en pleno barrio de San Juan de Dios, no parece haber las condiciones propicias para que reverdezca la tradición y se genere la deseable afluencia de visitantes.
De ahí que de todas las intentonas que desde hace 50 años se han hecho por devolverle la dignidad y el atractivo que tuvo alguna vez, pueda decirse lo mismo, según el adagio, que de los afanes de quienes se empeñan en bañar puercos: “Pierden el agua, pierden el jabón y pierden el tiempo”.