¡Ay, Tonya!
El crudo invierno de Stoneham no da muchas opciones a los deportistas que viven en este pequeño pueblo de 21 mil habitantes del noreste estadounidense, en el condado de Middlesex, estado de Massachusetts. Desde noviembre hasta fines de marzo, la temperatura máxima apenas llega a los 6°C y tiene su pico de frío a fines de enero, con marcas promedio de entre 5 y 6°C bajo cero. En esas condiciones, como en varias regiones de países próximos al Polo Norte, encontrar refugio bajo un techo para practicar deportes es más una obligación que una decisión voluntaria.
Mark y Michael Kerrigan, los hermanos mayores de Nancy, jugaban al hockey sobre hielo desde muy pequeños y ella, apenas cuando pudo mantener el equilibrio del stick en sus manos, también empezó a divertirse con el deporte más popular del pueblo. A los seis años, descubrió el patinaje artístico y fue su pasatiempo predilecto hasta los ocho, cuando comenzó a tomar las primeras clases privadas que su padre, Daniel, pagaba a la entrenadora Theresa Martin, con el esfuerzo de tres trabajos simultáneos.
Cuando ya había alcanzado un grado formativo inicial óptimo, sus entrenadores pasaron a ser Mary y Evy Scotvold, quienes condujeron todo el resto de su carrera. Nancy, en 1987, cuando tenía 17 años, obtuvo su primer resultado importante: fue cuarta en los nacionales juveniles y, en su salto a los mayores, no cesó en la mejora de resultados, hasta ser cuarta en la categoría máxima tres años después.
Y de ahí a ser una de la mejores del mundo, sólo fue cuestión de tiempo: tercera en el mundial 1991, en Munich; tercera en los Juegos Olímpicos de Albertville 1992; segunda en el mundial de 1992, en Oakland, y campeona nacional de Estados Unidos, en 1993.
Tal como nos enseñó Borges, hay un instante, un momento inesperado en cada ser humano que marca su vida para siempre porque descubre quién es. Nancy Kerrigan lo supo el 6 de enero de 1994.
Para desdoblar los Juegos Olímpicos de verano con los de invierno, que hasta 1992 se realizaban el mismo año, el Comité Olímpico Internacional (COI) decidió realizar, dos años después de Albertville, los juegos en Lillehammer, Noruega. Cada país participante no puede hacerlo con más de dos competidores en cada una de las disciplinas. Es parte de la universalidad del deporte que impone el COI.
Había dos plazas para ir a Lillehammer, que se definirían el 7 de enero en el campeonato nacional. Un día antes, luego de terminar su último entrenamiento, Nancy Kerrigan dejó la pista del Cobo Hall, en Michigan y, en un pasillo contiguo, un encapuchado la golpeó con un bastón en la rodilla derecha. “¿Por qué?, ¿por qué yo?”, gritaba Nancy. En las imágenes inmediatas que se vieron y que tuvieron nombre propio: the whack heard ‘round the world (el golpe escuchado en todo el mundo.)
El agresor, detenido al poco tiempo, fue identificado como Shane Stant, un matón de poca monta contratado por Shaw Eckardt, quien seguía un plan urdido por Jeff Gillooly, guardaespaldas, uno y esposo, el otro, de Tonya Harding, la gran rival de Nancy Kerrigan, quien quedó fuera de la carrera olímpica por el golpe.
Tonya ganó la competencia y se clasificó para representar a Estados Unidos en Lillehammer, junto a Michelle Kwan, que fue segunda. Sin embargo, y ante la traumática y vergonzosa situación, los propios compañeros de equipo decidieron que, tres semanas después, Nancy Kerrigan fuese a los Juegos y que Kwan viajara como suplente. Así ocurrió. Kerrigan, recuperada del golpe, obtuvo la medalla de plata, mientras que Tonya Harding terminó en el octavo puesto, tras una traumática presentación, en la que tuvo que detener su rutina y reiniciarla porque se le desprendió el cordón de una bota y agobiada por la culpa, ya sabedora del macabro plan ideado por su marido.
Ayer se estrenó en México, “I Tonya (Yo Tonya)”, una excelente biopic que cuenta la historia de la vida de Harding (interpretada por Margot Robbie, nominada al Oscar como mejor actriz protagónica), desde que su despótica madre, LaVona (Allyson Janney, de una composición deslumbrante, que le dará el Oscar a la mejor actriz de reparto el 4 de marzo) la lleva por primera vez a patinar, hasta que el juez que siguió el caso de la agresión, luego de un minucioso trabajo del FBI, la condena a tres años de libertad condicional, a pagar una multa de 160 mil dólares y le retira cualquier permiso para volver a competir o ser entrenadora de por vida, tras corroborarse que no planeó el ataque pero sí que se enteró del mismo a los pocos días y no dijo nada.
Aquí nos centramos un tanto más en la historia de Nancy porque en la película casi no se hace referencia a ella hasta el momento del ataque. Alguna vez fueron amigas, pero duró poco. Tonya la llamaba, despectivamente “Little Miss Perfect Nancy Kerrigan”, y siempre sintió que los jueces la preferían por su belleza, por su sonrisa y por la clase para vestirse. Mientras Tonya, denigrada por su madre (era su cuarta hija de su quinto matrimonio) y golpeada por su marido, apenas tenía recursos para coserse su desagradable y poco vistoso vestuario, Nancy patinaba con diseños exclusivos de Vera Wang.
El episodio entre Tonya y Nancy es uno de los más emblemáticos de la historia deportiva estadounidense y uno de los mayores escándalos deportivos de todos los tiempos. “Yo, la peor de todas”, bien pudo ser el título del cuento de la vida de una campeona que llegó a donde nadie creía y terminó como todos
imaginaron.