Aventuras (de campaña) en pañales
Si cada tres años te prometen el cielo y la tierra. Si en cada aparición en redes sociales te garantizan que ahora sí tendrás alberca en casa. Si un político se acerca para prometerte todo lo prometible y si elección tras elección tu realidad empeora, el dinero te alcanza para menos y esa crisis de desaparición y violencia que antes sólo veías en las noticias te golpea en la cara, ahí tienes por qué las campañas políticas en curso simplemente no te importan.
Medición tras medición, los políticos siempre se ubican en el top 3 de descrédito ciudadano. Y claro que se han ganado a pulso esa posición junto con agentes viales y jueces o magistrados. Su labor yuxtapuesta a sus propuestas es la principal razón por la que sotanean en el ranking de popularidad.
¿Te acuerdas cuando te prometieron seguridad y, una vez en el poder dijeron que era bronca de alguien más? Exacto. ¿Y cuando, por arte de magia, iban a acabar con los incendios, los terremotos y hasta con las gomichelas y la capirotada? Pues bueno…
El desencanto con la política está en todos lados. Sólo basta observar que la fórmula de las campañas es la misma que hemos visto desde hace décadas. El único añadido está en las redes sociales y, tanto ellas como ellos, fallan estrepitosamente cuando tratan de encajar en los gustos de las nuevas generaciones. Esas generaciones que ignorarán olímpicamente al candidato genérico que camina hacia adelante con el puño en alto para decirte los clichés de cambio, transformación o el slogan más horrible por el cual pagaron una millonada a una agencia que les vio la cara.
Si a eso se suman los altísimos niveles de corrupción, impunidad y falta de resultados tangibles al resolver problemas sociales y económicos, la ecuación está cerrada. El desencanto conduce a la apatía y la apatía se confirma en mítines vacíos y candidatos ignorados. Aunque ellos manipulen el ángulo de la cámara para decir que rompieron la escena.
Pero no es sólo eso último. Si las Olimpiadas fueran políticas, los representantes mexicanos tendrían cientos de medallas de oro a la maroma. Porque si el político aseguró que acabaría con el tráfico construyendo una red gigante de toboganes que conecten de tu casa al trabajo, al final terminará diciendo que no le toca.
Hasta el momento, todas y todos, los que son del partido oficial en México y en Jalisco, así como los de la oposición, aseguran que con ellos gobernándote se acabará el hambre, la inseguridad y la pobreza. Y por los resultados que dan a la distancia, la medalla dorada por los mil metros de lengua está más que ganada.
Todo eso basta para que cualquier llamado a un mitin sea menos popular que una exposición de pollitos morados y azules en el tianguis. Y cómo no, si el mitin en cuestión lo llenan con botargas para la foto, ataques hacia los oponentes y polarización en lugar de propuestas concretas, los votantes no harán sino alejarse del proceso.
Eso, y que las instituciones electorales permitieron que las campañas iniciaran mucho antes de que realmente lo hicieran, pero ahora advierten de un monitoreo extremo para sancionar a los medios de comunicación que le den medio minuto más a un candidato por encima del otro.
En el Jalisco polirefundado de Alfaro, el del bienestar de Aristóteles y el de los papelitos de Emilio, nosotros ya hemos visto de todo. Y aun con esas promesas de cambio, la pobreza, la inseguridad y la falta de acceso a servicios básicos no han podido ser sorteados.
¿Y entonces qué les queda, candidatos? Encender alertas y cambiar su ruta, porque sus aventuras en campaña no prenden y, con ello, el interés ciudadano de participar activamente en la política si estos problemas ocupan la atención y los recursos de la gente.
De esa gente que aspiran a gobernar por seis largos años, para al final del día cederle la estafeta a alguien más que hará exactamente lo mismo que ustedes: desencantarnos y decepcionarnos.
isaac.deloza@informador.com.mx