Aún no consiguen matar el automóvil
Entrar en auto al centro de una ciudad como Múnich, una especie de capital cultural de Alemania, es una verdadera pesadilla. Primero porque sus calles son con frecuencia tan angostas como lo eran en 1158 cuando fue fundada. Segundo porque hay obras por todos lados, sea por reparaciones o por construir alguna zona para eventos. Tercero y más importante, porque ya hay muchos más automóviles de lo que debería haber y con esto se reduce a casi cero la posibilidad de encontrar un lugar para aparcar ni en la calle -dónde también se cobra- ni en alguno de los no muy abundantes estacionamientos, casi todos subterráneos. En cuarto lugar están los cada vez más frecuentes ciclistas y las patinetas motorizadas, que a menudo usan espacio que antes era del automóvil. La intención de las autoridades es obvia: mandar el mensaje de no usar el automóvil, al menos no para entrar al centro de la ciudad. El detalle es que aún no hay una mejor alternativa, por peor que sea la experiencia de llegar en coche. Al menos para la mayoría, la solución sigue siendo el auto.
Si un turista llega por avión al segundo mayor aeropuerto germano (apenas debajo del de Fráncfort), llamado Franz Josef Strauss, puede tomar uno de los dos trenes rápidos y llegar al centro de Múnich. Pero si se hospeda en uno de los hoteles cercanos al aeropuerto mas no dentro de éste, va a ser un poco complicado y no sólo por cuestiones de distancia, también por un tema de costos. Me tocó vivir esa experiencia esta semana. Ir al centro en tren nos tomaba una hora con 10 minutos. En Uber me hubiera costado 60 euros (cerca de 1,350 pesos) en cada sentido. A pie o en bicicleta no era ni cuerdo ni prudente enfrentar los 35 kilómetros de distancia. En auto llegué en 35 minutos y pagué 30 euros por ocho horas de estacionamiento.
Se necesita más que voluntad
Mi caso era similar al de millones de alemanes que por no tener la capacidad adquisitiva de vivir en la zona metropolitana donde trabajan, necesitan trasladarse a esas grandes concentraciones urbanas diariamente. Y por mejor sistema ferroviario que tengas, no puedes cubrir a todas las ciudades. El resultado es que la mayoría sigue yendo en coche, manteniendo la contaminación visual, auditiva y del aire a su paso.
Si esto pasa en Alemania, uno de los más desarrollados -si no el más- países del planeta ¿Qué podemos esperar de América Latina? ¿Qué esperanzas puede tener el continente africano de lidiar con ese problema?
La salida fácil para los políticos es adoptar el mismo procedimiento del llamado primer mundo. Buscan transformar el uso del auto en una pesadilla con la esperanza de que con esto la gente desista de usar el coche. Se sienten muy bien al pararse frente a los intelectuales -que usan bicicleta porque está de moda y porque no les importa llegar sudados a su destino final- y decir que están incentivando la movilidad no motorizada. Suena bonito, moderno, ecológico. Pero no soluciona el problema, solo lo agrava.
La movilidad del futuro pasará definitivamente por un momento de transición. Los autos seguirán siendo usados mientras sea lo más simple. Para cambiar esto primero hay que incentivar que más de una persona viaje en él, pero un incentivo real, que implique un beneficio en el bolsillo, no sólo anuncios que pidan a la gente que sea buena onda y comparta el coche con su vecino. Sería importante bajar drásticamente el uso del automóvil, prohibiendo en lugar de incentivar, el uso de autos con más de 12 años, los más contaminantes e inseguros. Otra idea es hacer obligatorio el transporte escolar, evitando que los padres lleven a sus hijos al colegio y vayan por ellos. La más difícil, porque es cara y produce muchas molestias a la población durante varios años, es mejorar el transporte colectivo.
Para vencer el coche será necesario presentar alternativas más rápidas, cómodas, seguras y económicas, porque mientras sea más veloz y confortable ir en coche, la gente seguirá comprándolos más y más, principalmente los inseguros y contaminantes usados, por su costo. Si Alemania con todo su dinero y educación, no ha podido resolver el problema, nuestra esperanza en América Latina es mucho, mucho menor.
Hay coche para rato. Sería muy bueno que la autoridad lo entendiera, porque cuando no puedes vencer al enemigo, es mejor aliarse a él.