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Arroz cocido, ¿qué más hay en el menú?

El discurso del arroz cocido está tomando fuerza no solo dentro de la campaña de López Obrador, donde junto al festejo anticipado (nada más peligroso en una campaña) ha llegado la preocupación, genuina, de algunos actores por la responsabilidad que implica gobernar. El olor a arroz cocido llega incluso a los cuartos de guerra de las campañas de Anaya y Meade: en la primera comienzan las acusaciones y búsqueda del culpable; en la segunda el control de daños.

30 días son 30 días y nadie puede dar por liquidado el partido, pero las dos últimas encuestas publicadas coinciden en que Andrés sigue creciendo y que, incluso con la salida de Margarita Zavala de la contienda, Anaya en lugar de subir, cayó, y está otra vez más cerca de Meade que de López Obrador. Peor aún, en esas dos encuestas ni sumando los votos de ambos alcanzan al puntero. Regresamos, pues, al escenario de un primero y dos terceros.

La democracia es cruel y solo pueden ganar elecciones los que son capaces de comunicar, de emocionar

¿Se equivocó Anaya pensando que ser astuto era suficiente para ser candidato? Sí, sin duda. El joven maravilla de los debates en corto, de los Ted Talks, con una habilidad nata para encantar un pequeño auditorio, resultó ser incapaz de conectar con los electores, algo fundamental para ganar una elección. La democracia es cruel y solo pueden ganar elecciones los que son capaces de comunicar, de emocionar. ¿Se equivocó Peña Nieto mandando como candidato del PRI a alguien que, de entrada, negó la cruz de la parroquia? También. Se les olvidó que incluso el PRI ha cambiado en los tiempos de la democracia. La candidatura de Meade puede compararse con la de Miguel de la Madrid en 1982, cuando López Portillo optó por el técnico y no por los políticos, pero el país y el PRI no son los mismos de aquellos años.

Pero eso ahora tiene la misma importancia que el resultado de un partido de futbol del mundial del 86. Lo que tiene que pensar López Obrador es cómo cerrar bien la campaña, cómo controlar a sus huestes que están ya ansiosos por asaltar el poder y, sobre todo, cómo mandar señales de tranquilidad a los mercados, a los actores económicos y a las familias, en el momento de mayor incertidumbre internacional de las últimas décadas. Él y su equipo tienen que diseñar políticas eficientes de control de daños ante los cambios súbitos que pueden presentarse.

Con arroz se pueden preparar muchos platillos y ganar una elección, pero para gobernar se requiere un menú completo, mucho más complejo y elaborado. El país necesita cerrar filas, independientemente del resultado electoral del próximo 1 de julio, y los principales responsables de ello son quien resulte electo presidente y su quipo de cocineros. Todo presidente sueña con el programa de los 100 días o el de seis meses en que se da el cambio de mano en el timón. Hoy, paradójicamente, lo importante es que no se sienta.

(diego.petersen@informador.com.mx)

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