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Arroyos, tragedias y desarrollo urbano

Al desbordamiento del arroyo Seco y la inundación de colonias en Zapopan se les puede llamar de muchas maneras menos fenómeno natural. Por supuesto que lo que lo detona es una tormenta fuerte y puntual, con una cantidad de agua por encima de los promedios, pero no distinta a las que caen en esta zona del país con frecuencia. Sí, así llueve por acá, por eso los arroyos tienen (o tenían) una sección, un cauce tan ancho y sólo los vemos llenarse una vez cada cinco o diez años durante unas cuantas horas.

El problema se agrava porque los incendios en este estiaje fueron mucho más fuertes que los de un año normal, dejando el suelo erosionado, lo que hace que haya menos infiltración y riesgo de arrastre de materiales. Pero ese dato lo sabíamos, los expertos en incendios nos advirtieron, por lo que era necesario limpiar y liberar los cauces de los arroyos de las cuencas afectadas por el fuego.

Los valles sobre los que se fundó Guadalajara, el de Atemajac, el de Tesistán, el de Tlajomulco, eran un entramado de arroyos. El desarrollo de la ciudad se ha hecho sin respetar sus cauces. Muchos de ellos hoy son calles, como la avenida Patria, Montevideo, Santa Teresa o la avenida la Paz, pero hay muchísimas y todas, por supuesto, se inundan. El arroyo Seco hubiese podido canalizar, con su sección natural, toda el agua que cayó en la Primavera el fin de semana, pero durante los últimos 25 años ha sido objeto de invasiones y rellenos de escombro (de ahí la cantidad de plásticos que vimos en la imágenes de las colonias inundadas) ante una actitud pasiva de las autoridades municipales.

Los causantes, desarrolladores, formales o informales, vinculados a cámaras empresariales o grupos delincuenciales, nunca son llamados a cuentas

Cada vez que se da un permiso de urbanización “modificando” el cauce de un arroyo o se permite la invasión de estos para hacer desarrollos irregulares, estamos construyendo la tragedia de mañana. Los habitantes de estas colonias son la mayoría de las veces víctimas y los gobiernos tienen que responder, con los recursos de todos. Los causantes, desarrolladores, formales o informales, vinculados a cámaras empresariales o grupos delincuenciales, nunca son llamados a cuentas.

No culpemos a la lluvia ni al cambio climático: detrás de todas estas tragedias hay responsables por acción u omisión. Proteger los cauces de los arroyos es una obligación del Estado y una responsabilidad de todos. Hacerlo no sólo nos ofrecerá una ciudad más sustentable, sino también más segura y con menos tragedias de esas que año con año nos cuestan a todos, pero terminan pagando más, como siempre, los que menos tienen. 

diego.petersen@informador.com.mx

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