Ideas

Arribando al nuevo Babel

En alguna época en que estudiamos historia sagrada, una de las narraciones que más importancia revestían fue la torre de Babel, que era una torre cuyos albañiles fueron sancionados por el Señor; aunque no recuerdo bien la causa, debe haber sido por alguna desobediencia, aunque a la mejor fue un antecedente de la lucha de clases que después alentó el marxismo y consistía en que unos y otros no se entendían, haga de cuenta que usted está viendo tele y aparecen rusos y ucranianos, y parece que están hablando puras borucas.

Pues como muestra de que ya no nos entendemos ni solos, está el simple concepto de marxismo, del que acusaron a nuestro amado Gobierno por la elaboración de unos libros de texto y que, según algunos, eran marxistas, que en cierta forma sí lo eran porque el amigo presidencial que los hizo y que ofreció morir con ellos es un señor que se llama Marx, así que quien dijo que eran marxistas tenía parte de razón. Por mi parte no he visto los libros y estoy seguro de que los alumnos tampoco los verán, pero me afecta porque yo también soy marxista, aunque de la fracción de Groucho, que es más fácil de leer, pero eso demuestra cómo una palabra nos puede hacer bolas.

La forma actual de hablar nos enreda peor y le voy a dar un ejemplo de evolución de un concepto: hace cien años cuando alguien quería expresar que no le hacían caso, decía que “no lo ahorcaban”; cincuenta años después, para formular lo mismo se decía que “no lo pelaban” y actualmente dicen “pon atención”. 

También hace cien años, cuando usted se refería a un coche estaba hablando de uno de tracción animal y si quería decir otra cosa se refería a un automóvil. Y eso que no hablo de particularidades regionales como “echar aguas”, que si se lo dicen a alguien de fuera no sabe qué quiere decir, o el muy tapatío “ahorita” o “al ratito”, que a cualquier hispanoparlante lo deja sin entender de qué se está hablando.

Eso me hizo recordar el caso de una amiga abogada que salió y terminó casándose con un español y me contaron que en la primera cita fueron a comer, dentro de los calores del ferragosto madrileño; al terminar, mi amiga le manifestó que se le antojaba “una nieve” con lo cual el galán empezó a sudar frío tratando de imaginar dónde demonios iba a conseguir nieve en los madriles en pleno agosto, hasta que mi amiga, viendo el agobio, le aclaró que quería un helado, lo que hizo descansar al pobre hombre.

Póngase a escuchar a algunos jóvenes hablar y encontrará una utilización del güey que hará que, si usted es honesto, tendrá que reconocer que no entendió nada de esa conversación y lo peor es que me parece que cuando un joven lo escuche a usted igualmente le entenderá muy poco.

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