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Arremetió, presumió (?), propuso y se adorno

Han pasado apenas tres meses y medio - el 24 de julio- desde que el presidente López Obrador desde la tribuna de la Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) pidiera la sustitución de la Organización de Estados Americanos (OEA) por un “organismo que no sea lacayo de nadie” -haciendo referencia obviamente a Estados Unidos-, y este martes al presidir la el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, arremetió en contra de la Organización de Naciones Unidas (ONU) y señalar que “despierte de su letargo, salga de la rutina y que se reforme”. Y ahondó más en sus observaciones, al señalar que se camina “como enajenados, olvidando los principios morales”.

Presumió en el máximo foro internacional, con los ojos y la atención de todo el mundo, que en México “hemos aplicado la fórmula de desterrar la corrupción”, cuando hace apenas unos días World Justice Project (WJP) acaba de exhibir a México que ocupa el lugar 135 de 139 entre las naciones más corruptas del mundo.

Al margen de sus acusaciones y recomendaciones para organizar y encauzar a la OEA y a la ONU respectivamente, su propuesta de un plan mundial de fraternidad y bienestar destinado a favorecer a aproximadamente a 750 millones de pobres en el mundo, es loable y tiene sentido de fraternidad. Pero de ahí a que se ‘cobre’ -fue la palabra expresada por el presidente- “una contribución del voluntaria del 4 por ciento de sus fortunas a las mil personas más ricas del planeta”, y que “una aportación similar por parte de las mil corporaciones privadas más importantes -del mundo- y una cooperación del 0.2 por ciento del PIB -Producto Interno Bruto- de cada uno de los países integrantes del G-20”, dista mucho de poder llevar a cabo en las formas y procedimientos en que López Obrador lo planteó al Consejo de Seguridad, como un adelanto de lo que México propondrá al Consejo de Naciones Unidas en los siguientes días.

Dijo el presidente en Nueva York que lo recaudado -que estima sería un billon de dolares- deberán de entregarse “de manera directa, sin intermediarios y por medio de una tarjeta o monedero electrónico para que esos recursos no se pierdan en el camino -a proposito de corrupción y posiblemente basada en la experiencia mexicana con las ayudas a algunos sectores-”. Algo que parece irrealizable.

Y para cerrar con broche de oro, en un mensaje grabado enviado a sus seguidores que lo arroparon en su visita a la Urbe de Hierro, dijo -para adornarse- que planea regresar a Estados Unidos para hablar especialmente con el presidente Joe Biden “para que cumpla su compromiso de regularizar la situación de los mexicanos que viven y trabajan honradamente” en ese país -lo que provocó los aplausos de los paisanos reunidos frente a una pantalla gigante-. Lo que es cierto, falso e irreal. Cierto, porque de antemano sabía que el 18 de este mes se reunirán -a iniciativa de Joe Biden- los mandatarios de Canadá, Estados Unidos y México para hablar de diversos temas -por supuesto de migración entre ellos-. Falso, porque la forma en que lo dijo dio la impresión de que López Obrador estará provocando la reunión para abordar el tema, e irreal porque AMLO no puede obligar a Biden a que “cumpla su compromiso”, por aquello de la progonada no injerencia en asuntos ajenos y porque la regularización de indocumentados no se resuelve con una firma desde la Oficina Oval de la Casa Blanca, sino mediante un proceso legislativo en el Congreso estadounidense. ¿Usted, qué opina?

daniel.rodriguez@dbhub.net

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