Arqueología: avances y controversias
Como dice La verbena de la Paloma, “hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”. Lo cual en principio está muy bien, pero luego llega a pasar que los científicos se dan sus buenos agarrones porque cada cual jala agua para su molino. Eso está pasando ahora con los estudios que se han venido haciendo en Pompeya,* ese inagotable surtidor de información y sorpresas desde que, en pleno siglo de las luces, Carlos III (por entonces rey de Nápoles y Sicilia) emprendió en 1748 la exploración de las ruinas. Las visitaba con frecuencia para enterarse de todos los nuevos hallazgos de las excavaciones que dirigió a lo largo de tres décadas el ingeniero aragonés Roque Joaquín de Alcubierre. Fue ése el primer ejercicio arqueológico que podría calificarse ya de científico.
Ahora, con los nuevos conocimientos e instrumentos a disposición de los especialistas, se está logrando conformar una imagen de alta precisión de lo que era la vida cotidiana en la ciudad arrasada por la erupción del Vesubio en el año 79 de la era cristiana. Los equipos que están trabajando actualmente en Pompeya están compuestos de estudiosos de distintas disciplinas: además de arqueólogos hay paleontólogos, arquitectos, biólogos, patólogos, geólogos, químicos, antropólogos físicos... que van descubriendo cada vez más información sobre aspectos muy distintos, como la salud, la dieta, el vestuario, los animales domésticos, la vivienda, el equipamiento urbano, etcétera.
Pero últimamente se desató un pleito entre las autoridades arqueológicas y los vulcanólogos, que consideran que las excavaciones se han convertido en un vandalismo que les impide estudiar los efectos de la explosión, cómo se afectaron las construcciones y a la población, cómo fue la riada de lava, cómo y en qué orden fueron cayendo los materiales piroclásticos... información que, señalan, sirve entre otras cosas para definir planes de protección civil en casos semejantes.
El catedrático de vulcanología de la Universidad de Roma Roberto Scandone, con un grupo de colegas, publicó en la revista Nature una carta donde se denuncia que “los arqueólogos están destruyendo los depósitos geológicos, lo que significa que cualquier información sobre la erupción almacenada en el interior de ese terreno acaba perdiéndose”. Los vulcanólogos se quejan de que no les han hecho caso cuando han sugerido que cuando menos no se escarbe en algunas secciones representativas de los depósitos de las erupciones.
Mientras se pelean los gremios de especialistas, en el Ashmolean Museum de Oxford se presenta (a partir del pasado jueves 25 de julio y hasta el próximo enero) una exposición que se llama La última cena en Pompeya,** que explora la pasión de los romanos antiguos por la comida y la bebida. La exposición incluye piezas recobradas en Pompeya y otros lugares: mosaicos, vasijas, vajilla y cubiertos, y hasta un gran cántaro donde, según el curador de la exposición, Paul Roberts, los romanos ponían en engorda lirones, a los que se comían tras cebarlos con bellotas y nueces y que consideraban un manjar exquisito (los lirones son unos muy simpáticos roedores pequeños con fama de dormilones, parientes de ardillas y ratones).