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Aristóteles Sandoval es el ejemplo

Para dejarlo en claro: ninguna muerte, ningún asesinato, es más importante que otro. En todos los casos hay una tragedia que trastoca a una familia, a un círculo social y trae consigo un efecto expansivo que trasciende a la pérdida de una vida. En Jalisco, en México, en el mundo, un asesinato deja efectos irremediables en muchísimas personas; es una herida que nunca cierra.

Partiendo de ahí: es imposible, e incluso resultaría cínico, poner en escala el nivel de importancia que implica el asesinato de una persona en situación de calle, el homicidio de un empresario prominente, el de una mujer acuchillada por su ex pareja a plena luz del día afuera de Casa Jalisco… o el de un ex gobernador. 

Sin embargo, el que estos hechos ocurran sí revela el clima de violencia que impera en el sitio donde se registran. Pone en evidencia el nivel de descomposición social y la gran cantidad de rezagos y omisiones que tienen las autoridades en todos sus rubros.

El homicidio, según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, arruina la vida de la familia y la comunidad de la víctima. De hecho, a éstas las describe como "víctimas secundarias". 

No sólo eso. Destaca que los asesinatos generan un ambiente violento que impacta negativamente en la sociedad, la economía y las instituciones gubernamentales. Por lo tanto, no es fortuito el que desde las altas esferas del Gobierno de Jalisco se busque “esconder” la crisis de violencia que registra, por ejemplo, su principal polo turístico: Puerto Vallarta.

La realidad es que en ese municipio existe una crisis de violencia desmedida desde hace años. El homicidio del empresario Felipe Tomé, la privación de la libertad de los hijos de Joaquín “El Chapo” Guzmán, el secuestro de 20 empresarios motociclistas y, hace justo un año, el asesinato del ex gobernador Aristóteles Sandoval, son una prueba más que clara de que las autoridades están rebasadas.

Decía al principio de esta colaboración que es cínico poner en escala el nivel de importancia que tiene un homicidio y otro. Y no habrá contradicción: lo es.

Sin embargo, el que un ex gobernador haya sido asesinado, y un año después no haya un solo detenido o una línea de investigación sólida respecto al hecho, sí revela que el clima de impunidad en Jalisco es mucho más que preocupante. Y la razón es evidente: si Aristóteles Sandoval, el ex jefe del Poder Ejecutivo, fue asesinado y el caso continúa impune, ¿qué puede esperar entonces el resto de las víctimas colaterales de este delito en la Entidad?

En el discurso oficial, Jalisco puede ser un paraíso. Un sitio que genera empleos, fomenta al deporte, construye, innova, atrae al turismo nacional e internacional y hasta la cuna del camino a la Refundación. Pero sin una garantía de seguridad para habitantes y visitantes, todo lo que presupuestalmente se esfuerzan las autoridades en cambiarle el rostro a la Entidad simplemente queda en un intento, o acaso en una mentira tan grande como asegurar que el expediente de Aristóteles Sandoval, un año después del ataque que cobró su vida, está resuelto. 

Si la familia del ex gobernador hoy sufre su pérdida y el desdén de la autoridad estatal, que de plano dio por cerrado el caso sin tener a un solo detenido en la cárcel y contar sólo con dos fotos pixeladas de los sospechosos, el nivel de impunidad y la zozobra para las más de dos mil víctimas de homicidio doloso, sólo este año, resulta mucho más cínico que poner en escala el nivel de importancia que implica el asesinato de una persona u otra.
Y eso, como ciudadanos, como familias, como sociedad, simplemente no podemos normalizarlo porque no nos lo merecemos. Aristóteles es sólo un ejemplo de la descomposición en Jalisco.

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