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Aquí nos tocó vivir

Generalmente cuando uno presta atención a una entrevista, el protagonista de esta suele ser el invitado. Sólo quienes logran humildemente el arte de la conversación y de la real escucha hacia el otro, se comparte el protagonismo entre ambas partes. La semana pasada, la querida -aun con una pantalla de por medio- Cristina Pacheco, dejó (espero temporalmente) su estudio de Canal Once y junto con él, los dos programas televisivos que conduce en esta plataforma. Desde el año 1978 se consagró como parte esencial de la oferta cultural y viva a la que tenemos acceso los mexicanos gracias al respetado “Aquí nos tocó vivir”. Hablo algunas líneas arriba no casualmente de humildad: después de haber sido partícipe y público activo de su precioso espacio, es destacable siempre y capítulo a capítulo el natural entusiasmo, la infantil curiosidad y la entrega absoluta y cariñosa a su invitado. 

En alguna FIL de hace no sé cuántos años, me la encontré en el Lobby del hotel Hilton y se me hizo curiosísimo verla tan chiquitita, tan menudita y tan frágil, sobre todo porque yo la había pensado siempre como a un gigante. Claro, siempre ávida incluso en su postura corporal, su sofá la abrazaba para ir descubriendo pregunta a pregunta, capa por capa, a quien fuera que tuviera en frente. Cuando me animé a acercarme, en aquella tarde mientras ella hacía fila para hacer su “check in” al hotel, sólo pude darle las gracias y claro, ella siempre tan generosa, terminó dándome las gracias a mí por estar pendiente de su espacio y de ella misma. 

En el último enlace que hizo en la televisión es imposible no quebrarse con ella y quererla abrazar, sentir que semana a semana tanto a la Ciudad de México como al país le hará falta su presencia, su contacto, su calidad humana, hacen que se sienta ya como un vacío difícil de llenar. En este mundo donde casi todo lo que sucede en televisión y redes sociales tiene que brillar, la Señora Pacheco dedicó su vida y obra a precisamente no perder de vista a aquellos que hacen posible la vida y lo hacen sin premios, glorias o medallas. 

Por supuesto, su carrera es prolífica, valiente y es pública como le habría sugerido su marido el también maestro de las letras y de lo mexicano y universal, José Emilio Pacheco, tras haber escondido con nombres masculinos sus primeros trabajos. 

La Señora Cristina Pacheco forma parte esencial de la crónica e historia de los últimos años en este país, sin ella, buena parte del criterio con el que crecí o crecimos varios, no se habría terminado de formar “por la derecha”. Me pesa enormemente su -insisto y espero- fugaz pausa en su generosa y cálida carrera. Desde aquí, vuelvo a tomarme el permiso de mandarle mis mejores deseos para su pronta recuperación y agradecerle que junto con ella, aprendí a aceptar el país, el tan contrastante país que tanto me duele y tanto gozo me da, donde aquí nos tocó vivir. 

argeliagf@informador.com.mx • @argelinapanyvina

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