Ideas

Aquellos años de la primaria

A principios de los años sesenta, cursaba la primaria en el Colegio Allende, ubicado en Parroquia 172, una casona contigua al Templo de Nuestra Señora del Pilar, entre Madero y López Cotilla, calles que en esos años tenían la circulación invertida a la que tienen actualmente, pues la calle Madero corría de poniente a oriente rumbo a la Calzada Independencia, en tanto que Lopez Cotilla tenía circulación de oriente a poniente. La calle Parroquia hoy se llama Enrique González Martínez.

Donde estaba el Colegio Allende, tiempo atrás fue la casa donde nació el poeta tapatío Enrique González Martínez (1871-1952), quien destacó además por ser un estupendo filólogo y traductor de las obras de Charles Baudelaire y Paul Verlaine; la finca era de dos pisos, tres patios y los salones estaban distribuidos alrededor del primer y segundo patio, el tercer patio daba al Templo de El Pilar; en la planta baja estaba la Dirección, la bodega y la tiendita, y en la planta alta el Oratorio y el Refectorio de las Monjitas, cuya casa estaba enfrente, en Parroquia 171. Habilitada como centro educativo, allí también estuvo un tiempo el Colegio Cervantes.

Allí cursé quinto y sexto; en quinto mi Maestra fue la Madre Guadalupe Leticia Vega Anzaldo y en Sexto la madre Raquel García Villalpando. Recibía clases de Historia, Urbanidad -que después se llamó Civismo cuando estaba en sexto año- Aritmética y Geometría, Ciencias Naturales, Gramática y Canto, con el profe Catarino.

Las boletas de calificaciones venían en cuadernito mensual tamaño esquela, cosido, protegido por un forro de plástico de color azul y en su frente el escudo de mi colegio; tenían el nombre del alumno, el nombre del maestro, el grado escolar, el ciclo lectivo y el nombre del mes; las entregaban cada viernes a la hora de la salida y comprendían aplicación, aseo, conducta, puntualidad y asiduidad y, si en todo teníamos 10, nos ponían una estrellita dorada en la semana correspondiente.

Si manteníamos la nota máxima al mes, nos ponían en el cuadro de honor de la escuela con nuestra foto y nuestro nombre, y claro que todos los alumnos queríamos ser siempre los mejores, porque además, cuando se llevaba a cabo la junta mensual de padres de familia, nuestros papás verían orgullosos porque su hijo estaba en el cuadro de honor, es decir, era aplicado, tenía buena conducta, aseado, puntual y nunca se ausentaba de la escuela. Las boletas las teníamos que regresar el lunes siguiente con la firma de nuestros papás, quienes de esta manera seguían de cerca nuestro desempeño escolar.

Los lunes había Honores a la Bandera. Un tiempo fui el capitán de la escolta y en algunas oportunidades también integré el grupo de tambores de la banda de guerra. Mi papá me compró el tambor en la Casa Marte que estaba por el Jardín de San José, en la Avenida Alcalde, justo en la esquina.

También me daban clase de religión. El texto se llamaba Compendio de Historia Sagrada, de FTD. Entre otros textos, recuerdo el de gramática de Gutiérrez Eskildsen, una célebre filóloga y educadora tabasqueña del siglo XIX; Ciencias Físicas y Naturales de Mario Leal; en la clase de conducta se utilizaba el Manual de Urbanidad y Buenas Maneras, conocido como Manual de Carreño, escrito por el pedagogo venezolano del siglo XIX Manuel Antonio Carreño en el año de 1853, con enseñanzas de buen comportamiento tanto en lo privado como en lugares públicos.

Cuántas dificultades podrían evitarse si siguiéramos las reglitas de ese Manual de Carreño, porque urbanidad es justo lo que nos hace tanta falta en esta época. Ojalá y que este relato les traiga a ustedes gratos recuerdos de sus años mozos.

Aquí detenemos este paseo por el pasado, y primero Dios aquí nos encontraremos la siguiente semana. Disfruten de la vida, la vida es bella.

lcampirano@yahoo.com

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