Alfaro, cinco años
Hay dos tipos de políticos: los que viven en una burbuja, que son todos, y los que logran salirse de esa burbuja de vez en cuando.
Para un gobernador, el último año de su mandato es el más difícil. Su figura sufre un proceso gradual de destronamiento. En este punto descubre las verdaderas (y falsas) lealtades, y el balance casi siempre es deficitario. Todo huele a elecciones. Sus colaboradores más cercanos abandonan sus puestos para subirse al siguiente barco electoral.
Tratemos de entender qué le ocurre a un gobernador después de vivir cinco años en Casa Jalisco. En estos días conversé con un par de testigos en primera fila de ese proceso en el sexenio pasado y en el presente. Los mandatarios, reflexionó una de mis fuentes, sufren una despersonalización.
Imaginen que durante mil 825 días has sido de todo y sin medida. Un día te pones una bata de doctor y resuelves una pandemia. Al siguiente te colocas el casco de ingeniero y trazas un tren de ensueño. Levantas un plumón y salvas a nuestros niños y niñas del desastre educativo. Eres financiero, experto climático, especialista en movilidad, banquero, ingeniero hidráulico, administrador y hasta rescatista de perros en Periférico. Cada mañana eres policía, fiscal, soldado y comandante para enfrentar la delincuencia. Pero no sólo eso. También eres promotor cultural, deportivo y chivahermano.
En cinco años nunca escuchaste la palabra “No”. “Sí, gobernador”. “Lo que usted diga, señor gobernador”. ¿Cómo creen que esto impacta en el ego de un hombre proclive por naturaleza al poder y a los honores?
No sólo eso. Crees que decides todo para ocho millones de personas, pero no decides nada para ti. Un grupo pequeño de colaboradores, a lo sumo tres o cuatro, controlan tu agenda y tus días. Cada evento, reunión y discurso están cuidadosamente seleccionados por esos subalternos. Ellos se encargan de crear la sensación de seguridad en tu burbuja. Cada uno es un gran paredón que te regresa el eco de tu propia voz. ¿Cuándo fue la última vez que alguien te contradijo?
Esos tres o cuatro colaboradores son los mismos que en un video para celebrar tu quinto año de Gobierno, te hacen repetir esta frase delirante ante millones: “Jalisco está en su mejor momento, en el nivel más bajo de inseguridad de los últimos diez años”.
Por si fuera poco vives en “la casa de los jaliscienses”. No conoces descanso. Tu cama es una extensión de tu oficina y viceversa. Te llaman a todas horas. Recibes visitas en todo momento. Nunca tienes paz y cuando la consigues, siempre hay algo que rompe el hilo de tu tranquilidad. Esto te sumerge en una especie de ensueño agotador y adictivo. Eres el hombre más poderoso del Estado, pero ya no sabes quién eres.
Esta despersonalización no es exclusiva de Enrique Alfaro. Le pasó a Aristóteles Sandoval, Emilio González Márquez, Francisco Ramírez Acuña… ¿Alguno lograba salir de la burbuja?
El poder se comporta, escribió Hobbes, como el desplazamiento de un gran objeto sólido que conforme adquiere mayor velocidad más difícil es detenerlo. Eso le ocurre a un mandatario el último año de su Gobierno. Un día su poder se acaba de golpe, secamente. Cualquiera pensaría que es el inicio del camino a la locura.
jonathan.lomeli@informador.com.mx