Al maestro, con cariño
No hay una profesión que ilustre más la humanidad de una persona que la de ser maestro. Quien comienza la carrera de la docencia, sabe que esta empezó cuando se formaba en la materia que específicamente imparte, muchos, muchos años atrás. Seguramente la maestra de geografía conocía ya para quinto de primaria más capitales que sus compañeros, la de ciencias naturales había hecho algunos experimentos en casa junto con amigos, y la de física había pedido de Navidad un telescopio.
El maestro, el que tiene vocación, sirve de conducto entre el conocimiento del que cree ser poseedor y el que sus alumnos curiosamente le requerirán y cuestionarán. Ahí radica el meollo de su humanidad, ahí la humildad en ella. Cuando un alumno cuestiona, pregunta o razona de manera distinta y se acerca a nosotros para empezar a formar su criterio, al maestro lo que toca es acompañar, no coartar este genuino interés.
El maestro sería entonces, en el ideal, el primero que no debería nunca cesar la búsqueda y de cuestionar sus propios conocimientos, sus bases, aquellas que cree inamovibles. Cada alumno, además, le requerirá una parte distinta de su formación y de su personalidad. Ningún alumno recibe al mismo maestro y cada cual, si es que el periodo de enseñanza es prolongado, crecerá y prosperará en el otro.
En este mundo falto de valores fundamentales que sirvan de campo fértil donde se pueda trabajar con el alumnado, la confusión al respecto de la disciplina y el amor al trabajo, al hábito de estudio, nos toca a nosotros los maestros, que somos amantes de ella, inculcarlos de manera urgente.
Aprender a jugar dentro de estos conceptos y enseñar a nuestros alumnos y sus padres de manera cariñosa a hacerlo es parte de nuestra vocación. Desprenderse de todo egoísmo, cultivar la paciencia y dejarnos cuestionar para poder avanzar junto con los pequeños intereses de nuestros niños, es parte de los encargos que lleva la profesión. Todo mi respeto a los maestros que esto justo me han inculcado.
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