Ahora que inician las campañas
Ahora que inician las campañas me es necesario contar esta historia que recientemente vivió una persona muy cercana a mí. No sé por dónde empezar porque volver a estar expuesto a la desaparición forzada, de primera mano, es otra vez una experiencia terrible. Ojalá no me comprenda, querido lector. Ya me había tocado, desgraciadamente, tener que vivir algunas vivencias cercanas donde uno no sabe exactamente dónde colocarse, dónde poner lo sucedido, ni realmente comprender el dolor de quienes sí son los más allegados. Yo, en la periferia de este dolor, me queda la sensación como cuando uno está aturdido, como si el eco del sufrimiento de los demás se quedara ahí por días en la mente y en el corazón. El dolor colectivo además siempre -bueno, no es que sea siempre- es que en este país donde se acumulan las desapariciones, pesan estas y cada una en una suerte de mochila que aguanta (no sé hasta cuándo) todo el peso de los duelos familiares y que, todos vamos cargando como país, seamos conscientes de ello o no. El corazón se desgarra, por supuesto, cuando vuelve a ocurrir en los primeros círculos y es inexplicable lo que provoca en la madre, en las madres, en los hermanos, en sus amigos, en una comunidad. Las evidencias de tantos años de desaparición forzada en ciertas sociedades latinoamericanas están ahí y son palpables como una cicatriz queloide a la que no se le puede dejar de ver mientras uno trata de concentrarse en la mirada de quien nos habla viéndonos a los ojos, diciéndonos que no fue para tanto, que el progreso llegó, que no había por dónde entrarle al tema, que estaban rebasados, que el país ya lo superó, que en general, no hay consecuencias sociales graves en ello.
Pero para no alargarme más, le cuento: resulta que el sábado, a esta amiga mía le avisaron que un nuevo cártel estaría ocupando el lugar en donde viven ella y su familia, (a sólo unos cuantos kilómetros fuera del AMG), que en la plaza no mandarían “los mismos de antes” (CJNG), sino que, ya habían avisado los nuevos pero muy antiguos ocupantes de la zona que irían a recuperar su territorio, estos son los “no sé cuántas erres” mejor conocidos, dice ella y para acabar pronto, como Sinaloa. Al día siguiente, tres de sus amigos, uno de ellos, particularmente su ex novio, fueron levantados y no se supo de su paradero hasta el jueves cuando sicarios del mismo cártel de los nuevos ocupantes avisaron de la muerte/asesinato de los tres muchachos previamente levantados. A los dos hermanos se los habrían mostrado ya fallecidos a alguien muy importante del cártel que previamente controlaba la zona para asegurarle que habían sido ellos, el mensaje era clarísimo. Lo que siguió fue sólo entender que la policía no entra a ese territorio, que las camionetas llenas de encapuchados pasan patrullando y anunciando su nueva entrada a modo de desfile, mostrando su poderío, intimidando y amedrentando a toda la población. Lo que siguió fue mostrar los dientes de cuán poderosos y cuán frágil es eso de mandar sobre una plaza en este país. Sólo el horror puede interpretar que el poder fáctico cambia de manos crueles a otras tanto o más, en un abrir y cerrar de ojos. Sólo el horror puede aturdir a esta población y a tantas otras donde todo se arregla entre ellos, los que mandan, los que asumámoslo ya, gobiernan tantos municipios bajo el régimen del narco estado que tanto trabajo nos cuesta aceptar.
Ahora que inician las campañas, me gustaría saber si estos, los candidatos que saludan a su público sobre templete haciendo la seña de saludo militar, realmente saben lo que sucede en las periferias y dentro de las grandes y pequeñas ciudades del país, del estado. Ahora que inician las campañas, era urgente que pudieran leer sobre esta y tantas historias más que recogen los periodistas amedrentados y amenazados de muerte. Ahora que inician las campañas, para mí ya terminaron… vaya y vote, a ver cuánto más peso resiste esta mochila. En fin. Semana muy dura, querido lector.
argeliagf@informador.com.mx • @argelinapanyvina